No sé. Ya no sé qué pensar, hasta ahora yo creía tener las cosas muy claras con respecto a los chicos. Creía tener claro lo que era importante en un hombre y lo que no lo era y creía haber descubierto, entre otras cosas, que el tamaño de la entrepierna de un hombre era importante. Lo descubrí una noche en la playa, hace un par de años, con un tal Jonás. Pero ahora ya no estoy tan segura, ya no sé qué pensar. O a lo mejor es que Luna se ha vuelto una mentirosa.
A Luna, aparte de tenerla como a una de mis mejores amigas, la tenía hasta este momento como a la persona más inocente y sincera que conozco. No recuerdo haberle escuchado nunca ni una sola mentira, entre otras cosas porque creo que tiene menos maldad que un zumo de naranja. Pero ahora ya no sé qué pensar porque o Luna ha aprendido a mentir y lo ha hecho como una auténtica profesional, o yo estoy confundida hasta la médula con respecto a lo que importa en un hombre.
El caso es que Luna no liga nunca. Lleva ya muchos meses sin comerse una rosca. Y no es que sea fea o antipática, porque no lo es. Es que yo creo que tiene gafe. O eso, o es que le han echado mal de ojo. Porque si no, no me lo explico. A mí ya me da hasta vergüenza cada vez que un chico se acerca a mí y no a Luna, o se le acerca a Nuria, o a Carmen, y no a Luna. Pero anoche por fin ligó. Pero... fue con Jonás. Me pregunto por qué de todos los chicos que había en la fiesta tuvo que ligar con Jonás. Por qué no ligó con Chema, o con Pedro, o con cualquier otro. Pues no, ella tuvo que ligar precisamente con Jonás. De verdad, empiezo a pensar que a Luna le han echado mal de ojo.
Hace un par de años en unas vacaciones con mis padres en Benidorm yo conocí a Jonás en una discoteca. Me fije en él enseguida. Era el chico más guapo de toda la discoteca. Y todavía sigue siendo igual de guapo o más. Él también se fijó en mí, y aunque tuve que ser yo la que le entrara, acabamos enrollándonos. Al cerrar la discoteca él me dijo que si nos íbamos a su coche y yo le dije que sí. Maldita la hora...
Yo, como todas las chicas, había discutido alguna que otra vez sobre la eterna cuestión de que si el tamaño importa o no importa. Aunque en realidad yo hablaba por hablar, porque todas mis experiencias sexuales hasta el momento (hasta el momento en que me enrollé con Jonás) se diferenciaban, en cuanto a tamaño se refiere, en centímetro más, centímetro menos. Siempre, claro, dentro de un tamaño digamos... normal. Pero aquella noche descubrí que el tamaño sí importa. Sobre todo cuando no hay tamaño ninguno. Vamos, que cuando no hay ni por dónde agarrar ya lo creo que el tamaño importa, y mucho. Porque Jonás lo tenía y lo tiene todo, todo menos tamaño. Fue la peor noche de mi vida y me juré a mí misma que jamás se lo contaría a nadie. De hecho no se lo he contado ni siquiera a Nuria, a la que le cuento todo, hasta... lo que no se cuenta.
Una vez en el coche nos pusimos manos a la obra. Yo le eché la mano al paquete y empecé a buscar y rebuscar, pero no encontraba nada. Él se puso tenso y yo, como de broma, le dije. «Bueno, ¿dónde te la has guardado?». El bajó la mirada y no dijo nada. Más me hubiera valido quedarme muda en ese momento. No sé cómo se me ocurrió decir tal cosa, pero lo dije. Y fue entonces cuando me di cuenta de que no había nada que buscar, que Jonás tenía un pequeño problema entre sus piernas. Pero ya era demasiado tarde. El vio mi cara de sorpresa y además se dio cuenta de cómo yo fingía no darle importancia. Entonces Jonás rompió a llorar, a llorar como un niño pequeño. Yo no sabía dónde meterme. Me sentía culpable y muerta de vergüenza. Y es que, la verdad, me pilló desprevenida. No paraba de llorar. Al rato me confesó que a todas las chicas con las que estaba les pasaba lo mismo y que ya no lo soportaba más. Yo intenté consolarlo diciéndole que realmente no tenía importancia, que había otras cosas más importantes que el tamaño de... eso. Pero fue peor, porque me dijo que también todas le decían lo mismo, pero que al final resultaba ser mentira. Y tenían razón, porque en su caso el tamaño sí importaba. Aquella noche pensé que Dios a veces tiene muy mala leche. O eso o es que de vez en cuando se le olvida rematar a alguna de sus creaciones. Porque Jonás lo tenía y lo tiene todo, es guapo, es simpático y hasta tiene coche, pero lo que no tiene es tamaño. ¡Ni por donde agarrar, vamos! Por eso aquella noche acabó como acabó, y por eso yo me juré a mí misma no contar a ninguna de mis amigas aquella experiencia. Y no lo he hecho.
Pero anoche en la fiesta, después de llevar tantos meses sin comerse un rosco, Luna ligó. Y ligó precisamente con Jonás. Sinceramente, yo quería que Luna ligase de una vez, que le echaran un buen polvo y que se diera de verdad un gustazo, ya se lo venía mereciendo. Por eso cuando vi desde lejos como Luna se enrollaba con Jonás se me cayó el alma a los pies. Y empecé a pensar en serio que a Luna le habían echado de verdad un mal de ojo, pero de los grandes. Yo, claro, no podía avisarle, no podía hacer nada, me lo había jurado a mí misma. Y sinceramente, aunque lo hubiera hecho, con los meses que lleva Luna sin enrollarse con nadie y con lo bueno que está Jonás, aunque la hubiera dormido con cloroformo no hubiera podido impedirlo. Así que pasé. Además, pensé que a Luna tampoco le venía nada mal darse el lote como se lo estaba dando... aunque fuera sólo eso.
Pero la cosa no se quedó en darse el lote. Porque al rato Luna vino corriendo con la cara radiante de ilusión como una niña pequeña a decirme que se iba con ese chico tan guapo, y que se iba a su coche. ¡Hala, al coche con Jonás! Yo no sabía qué hacer ni qué decir.
Creo que he dicho muy pocas mentiras en mi vida, pero lo de anoche fue lo más cínico que he dicho nunca, porque no se me ocurrió otra cosa que decirle: «Pues disfruta, cariño». Por qué no me caería un rayo en la punta de la lengua antes de abrir la boca y decir «Pues disfruta, cariño». Podría haberle dicho: «Sácale el mejor partido, nena», o «Haz lo que puedas»; pero no, le dije «Pues disfruta, cariño». ¡Cómo va a disfrutar después de tantos meses de estar a dos velas si Jonás no tiene con qué disfrutar! Pero parece que no ha sido así, no sé cómo, pero parece que no a sido así. No sé. De verdad que ya no sé qué pensar, llevo todo el día dándole vueltas a la cabeza y no lo comprendo. Porque o bien Luna es mucho más cínica y mentirosa que yo, o anoche disfrutó de verdad. Esta tarde hemos quedado todas, como todos los domingos, y Luna estaba realmente pletórica, como si hubiera pasado la mejor noche de su vida. En el bar, sentadas en la mesa haciendo tiempo para entrar en el cine, Luna nos ha empezado a contar lo bien que se lo pasó anoche, lo mucho que disfrutó con Jonás, que nunca había estado con un chico así. No paraba de decir una y otra vez lo guapo, lo simpático y lo cariñoso que era. Parecía que se hubiese enamorado de él. Pero es que además nos contó que han quedado para el próximo sábado y está como loca por volver a verle. Entonces Nuria le ha hecho la pregunta. Claro, sólo a Nuria se le ha podido ocurrir preguntar eso justo en esta ocasión: «Bueno, si te lo has pasado tan bien será por algo... ¿qué tal la tiene?» En ese momento a mí se me ha atragantado la coca-cola y me he quedado más tiesa que una escoba, esperándome lo peor. Pero Luna no ha titubeado ni lo más mínimo y ha contestado sin vacilar: «Pues bien, muy juguetona. Pero vamos, eso no es tan importante». Me he quedado helada. Muy juguetona... que eso no es importante. Me esperaba cualquier otra respuesta, pero no ésa. Creía que se quedaría toda cortada o que se echaría a llorar y confesaría, pero la tía ha contestado sin pensárselo, y encima ha contestado «...eso no es tan importante.» ¿Pero cómo que no es importante! Entonces ¿qué es importante? Yo ya no sé qué pensar. ¿Qué ha hecho con Jonás, manitas? Por eso estaba tan feliz, después de todo este tiempo de abstinencia se pasa una noche haciendo manitas con Jonás y se le queda esa cara de felicidad y encima se enamora de él. No puede ser, no sé, no lo entiendo. Si para mí fue la peor noche de mi vida, ¿cómo puede ser que para Luna haya sido una noche de cohetes artificiales? No puede ser verdad, no me lo creo. ¿Es que no le importa que Jonás no tenga nada entre las piernas? Y no es que yo crea que lo más importante en un hombre sea el tamaño de... eso, pero vamos, también tiene su importancia, digo yo. No sé, realmente no lo entiendo. Una vez en el cine me he pasado toda la película pensando y dándole vueltas a la cabeza, y la verdad todavía no sé qué pensar. Mientras pensaba, y para rematar, me he fijado en un pequeño detalle. No me había fijado antes, aunque sé que no es la primera vez que lo hago. Y es que me he pasado toda la película mirando, acariciando y agarrando mi enorme vaso de coca-cola. Y, la verdad, no sé qué significa, si es que significa algo. No sé... Ya no sé qué pensar.

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