Cuento sobre una mentira

 Alfonso Lourido

¡Qué cabrón! Soy una idiota. «Volveré tarde. No me esperes levantada, cariño. Tengo mucho trabajo.» Y una mierda. Siempre igual. Y yo disculpándole. «Pobre, trabaja tanto...» Imbécil. Nadie trabaja hasta tan tarde en una oficina. Ya me lo decía la Petra: «Tu Antonio te la pega, en las oficinas no queda nadie después de las seis.» Y Petra lo conoce bien con eso de que se gana la vida limpiando despachos, que dice que a veces hasta se lleva a su novio para que le ayude «con eso del polvo». Y cómo se ríe ella contándolo. Hasta que les pillen. No tiene vergüenza. Ni Antonio. Mucho «cariño, te quiero», mucho «mi vida, te adoro», pero siempre llega dos horas tarde a cenar o simplemente llama con la disculpa del trabajo. Que se cree que me chupo el dedo. Pues se va a enterar. Éste no me conoce a mí. Menuda es la hija de Avelina. Se va a enterar. Cabrón. Y yo que cuando algo le gusta me desvivo para dárselo. Que hasta he aprendido a cocinar caracoles, con el asco que les tengo, sólo por complacerle. Y todo para que ni me lo agradezca. Ni un triste gracias. Ni un besito. Nada. Se pensará que venía con el lote: junto con la plancha, el lavado y la cama. Cabrón. Como cuando me invita al cine a ver lo que él quiere. Que se cree que no me doy cuenta. Y lo peor es lo pesado que se pone luego con lo «buenísima» que ha sido la película. ¡Qué pelma! Como aquella vez que fuimos a ver una de Woody Allen, que no lo aguanto, siempre igual. El psiquiatra y sus manías. El caso es que el título prometía: Todo lo que quiso saber sobre el sexo. Que me dije: «A ver si con ésta al menos me aprende algo». Pero nada. Ni por esas. Y mira que yo le animo: «Tú eres el mejor. Nadie me hace sentir como tú».Y es cierto. Yo no he conocido a otro hombre. Y no por falta de oportunidades, aunque esté mal que lo diga una. Que para cuerpo, el mío, ya me lo dice la Petra. Si hasta se paran por la calle. Pero es que con Antonio ni me entero. Nada. No me entero de nada. Ni los viajes cósmicos ni las subidas en ascensores nucleares que me cuenta la Petra de su novio que es físico y que me la tiene muy ilustrada y muy llena de energía. Atómica, según ella. Que cada vez que lo hacen carga las pilas y hasta se le funden los plomos, me dice. Y me lo ha tenido que volver a hacer precisamente hoy, en el día de nuestro primer aniversario. «No me esperes. Id cenando». Si ya me lo decía mi madre: «Hija, se empieza por llegar tarde a cenar con la excusa del trabajo, luego a ir a la oficina los sábados por la mañana a por unos papeles y por último no se acuerda del aniversario. Entonces es que hay otra». ¿Y todo esto en un año? Voy a llamar a mi madre. Mejor no. Me va a decir que ya me lo advirtió. Seguro que esta con Carmen Herreras, la nueva secretaria del jefe. Y parecía honrada, para que te fíes. «Es feucha. Muy poquita cosa». ¡Já! A quién querrá engañar. Si me dijo que tiene 18 años, y hoy en día a esa edad estan todas muy creciditas. Y hasta la vergüenza han perdido. Que no respetan nada, y menos a los hombres casados, con tal de tener un trabajo. Claro que no la culpo a ella según están las cosas. Que a saber qué papeleta tendrá la pobre en casa para empezar a trabajar tan joven. El que es un obseso es mi Antonio, que pierde los ojos detrás de las chavalas. Que me fijo yo en cómo las mira. Con esos ojos que parece que les va a hacer yo qué sé de cosas y luego el pobre nada de nada. Que no me tiene contenta ni en eso ni con regalos. Y es que en el año que llevamos casados ni un detalle ha tenido. Con lo que sabe que me gustan las joyas y los perfumes podía haberme regalado algo. Pues lo justo. En Navidades y en mi cumpleaños y para de contar. Qué sé yo. Unas flores o aunque sea el espray antivioladores. Algo que me diga que se acuerda de mí. ¡Pero cómo se va a acordar el condenado si no tiene tiempo más que para ésa! O quizás tenga más de una, porque todos los días saliendo tan tarde dan para mucho. Que la Petra ha estado saliendo con dos y hasta con tres a la vez y tenía unos horarios la pobre que no paraba. Yo creo que hasta adelgazó y todo de tanto ajetreo y tanta tensión. Y me lo tiene que hacer también hoy que sabe que habíamos quedado con mi hermana y su marido, que han dejado a los niños con la canguro para que podamos celebrar nuestro aniversario. Pero si es que Antonio sólo piensa en él. No le importo ni yo ni mi hermana ni el pobre de mi cuñado, que en dos años que lleva de camionero se ha pasado más horas agarrado al volante que junto a su familia. Para una noche que podríamos pasarla todos juntos, nada. Él se tiene que ir con Camen. ¡Qué cabrón! Con la ilusión que me hacía. Que hasta me he tirado toda la tarde aquí encerrada cocinando como una idiota para que me haga como siempre. ¿Y qué les digo yo ahora? La verdad. Que Antonio se ha ido con Carmencita. Bueno, mejor esta noche no. Me haré la tonta. Haré como que me he creído el cuento de que tiene mucho trabajo. Eso es. Lo peor va a ser tener que escuchar sus palabras de consuelo y alabanzas al pobre de Antonio: «Qué dedicación. Cómo te quiere y cómo lucha por sacar adelante su familia. Qué suerte tienes.» ¡Qué cabrón! Pero no les voy a dar la cena. Y menos a mi cuñado, que se merece una fiesta por todo lo alto y mucho más. En cuanto lo vi me dije «éste es un buen hombre y no esta nada mal.» Y es que está de exposición. Como los chicos que aparecen en las revistas. Pero como vi que a Dolores también le gustaba, yo nada. Que una hermana es para toda la vida y un hombre, mira tú. Y el caso es que no me equivoqué. En dos años de casados que llevan, dos chavales. Bien guapos y muy sanos, gracias a Dios. Y muchas oportunidades no ha tenido, con tanto ir de acá para allá. Pero mira, parece que energía, lo que es energía, tiene que tener. Y mucha. Si nuclear o solar no lo sé, pero que tiene de sobra, seguro, que los niños bien hermosos que le han salido, haya tenido mi hermana viajecito astral o no, que eso tampoco importa ahora. Ya bastante viaja él. Va a ser la hora y seguro que mi hermana llega puntual. A Dolores no le gusta llegar tarde a ningún sitio. Es una manía que tiene. Mejor voy pensando qué decirles. Eso. Que tiene mucho trabajo, que lleva una temporada que el jefe le tiene machacado. Los cierres o no sé qué me cuenta. Que ha llamado diciendo que empecemos sin él. Y eso es verdad. Yo no miento. Si alguien miente aquí es él. Cerdo. Después les preguntaré por sus hijos. Así no se darán cuenta de que el tiempo pasa y Antonio no aparece. Sí, eso es. Que me cuenten lo maravillosos que son y así no tengo que abrir la boca para nada. Mejor así. También para ellos. Con este tema seguro que les da para llegar al segundo plato, si no para toda la cena. Que hay que ver lo pesada que se puede poner mi hermana con sus niños. Que no para de hablar, la pobre. Hartita me tiene. Será posible. Ha desarrollado esa extraña habilidad que le permite hablar incluso cuando coge aire. Pero lo que más rabia me da es haberme perdido la clase de ballet por ir al mercado, que menudas colas había en todas partes. Menos mal que en la peluquería me han guardado la vez, que ya me conocen. Y aquí estoy, maquillada y vestida de azul, como la muñeca, que por eso me toma. Se cree que no me doy cuenta: «Ponte ese vestido que tanto me gusta». Y es que me ayudó él a comprarlo, por eso me lo dice. Y total para qué. Para venir a cenar a todo correr, llegar a los postres y a la cama que mañana tiene que madrugar. Ni mirarme siquiera. Debo tener una cara que mejor pienso en otra cosa. Sí, será lo mejor. Nada como atender a la conversación de sus niños y luego del tiempo o de lo bien que les ha quedado la casa después de la reforma. No como la nuestra, un bajo y encima a pie de calle. Con las ventanas enrejadas para que no nos entren. Eso sí, me entero de todo lo que pasa en el barrio. Sólo que también se me ve. Que le dije a Antonio que cambiara los cristales de la cocina por otros más oscuros y que no se me viera desde fuera, y ni caso. ¿Has visto tú que haya hecho algo? Así es con todo. Si es que me ignora. Bueno, y como Dolores empiece con su rollo de la inseguridad en que se crían sus hijos, la delincuencia que hay, las drogas, enfermedades y no sé cuántas cosas más, creo que no lo voy a soportar: le digo lo de mi divorcio y ya está. Pero no, no. No puedo. Que no. No voy a chafarle la cena ni a ella ni a Fernando. Que el pobre no se lo merece. Que seguro que me va a traer un detalle y todo. Qué majo es. No como mi Antonio, que pondrá esa carita de bobo de cuando pide disculpas esperando que le perdonen por sus despistes. ¡Ja! ¡Que se lo ha creído! Cerdo. Ya es la hora. Ahí está Lola. Puntual. Pero, ¿qué veo? ¿Unos mejicanos? Con esa ropa y los sombreros no hay duda. ¡Pero si es Fernando! ¿Y ése que viene con él? No me lo puedo creer. Mi Antonio. Y con una guitarra. ¡Pero si no sabía tocarla! ¿Cuándo habrá aprendido? ¿Y toda esa gente? ¡Dios Santo! ¡Se han traído todo un coro de mariachis! Y eso que suena, ¿no es Una piedra en el camino? Con lo que a mí me gusta. Creo que voy a llorar. Qué cabrón.

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