Rodrigo es lo que se dice un «buen tipo». En sus 40 años de vida sólo ha tenido algunas discusiones con sus compañeros de trabajo en la construcción pero que nunca han ido a mayores. Casi siempre el motivo es el mismo: el fútbol y los «moros». Rodrigo opina que cada cual debe estar en su país, argumento que rebaten todos los marroquíes que realizan su mismo trabajo a la mitad de precio. Eso, y ser hincha del Atlético de Madrid.
Además, Rodrigo es un tipo muy ordenado en su vida. Todos los días realiza, con ligeras variaciones, los mismos pasos. Se levanta a las siete y media de la mañana. Desayuna una copita de orujo, tradición de todos los mineros de su tierra asturiana (por el frío, explica). Se lava (ligeramente) la cara con agua fría y se peina hacia atrás, sustituyendo la gomina por jabón (tiene el mismo efecto y es mucho más barato, además la gomina, según Rodrigo, es sólo para maricones).
Coge la bolsa de deportes azul con el símbolo de las olimpiadas del año 76 en el que caben justo el termo con el café con leche, el bocadillo y alguna fruta. Rodrigo no usa servilleta, porque eso es de «señoritos remilgaos». En invierno, sólo se permite un tres cuartos de ante encima de la camisa de franela, a cuadros, que se compra de tres en tres. Y es que a Rodrigo no le gusta gastar por gastar. El que lo tiene es porque no lo gasta, dice. Nadie, hasta ahora, le ha preguntado por qué el no lo tiene, si no lo gasta.
A Rodrigo no le gusta, por ejemplo, que la hermana de Manuela, Juana, les visite. Por eso Juana lo hace a escondidas, cuando él no está. Porque Juana dice que Rodrigo es muy bueno, «con sus cosas, como todos, pero es bueno». Juana no sabe, porque Manuela se lo oculta, que a veces, Rodrigo descubre que ha estado en casa (porque Juana fuma) y entonces se le va la mano.
Rodrigo no conoce el mar «ni puta falta que le hace», dice. Nunca ha salido de vacaciones «porque el mejor mes en Madrid es agosto, sin agobios de gentuza, de terraza en terraza, pinchito y caña, ¡eso es vida!». Manuela, a veces, le acompaña. Manuela tampoco conoce el mar, pero a ella sí que le haría puta falta, o al menos siente el puto deseo de conocerlo. Claro que «Manuela ha nacido para princesa; caprichos, sólo caprichos». Quería una tele en color y Rodrigo, al final, un día se la compró, pero es que hay que medir los gastos, y no sólo los gastos, sino distanciar los caprichos, «porque un buen día se te suben a la chepa y te hacen un cornudo y un calzonazos, eso es».
Rodrigo es soldador. El mejor soldador de la empresa, por eso puede elegir y, cada poco tiempo, cambia de empresa, porque a él «nadie le toca los huevos». Tiene mucho pelo en el pecho, Rodrigo, rizado, oscuro... apetecible. Y los ojos azules. Y los labios, carnosos. Y las manos, rugosas y trabajadas. No son manos de señorito, no, son manos acostumbradas a la dureza del hierro y al acero que él moldea como nadie. A Rodrigo le gusta mucho el flamenco, sobre todo Manolo Caracol y, sobre todo, esa canción que se titula «La niña de fuego» y que dice eso de «...y te están dejando que mueras de sed...» porque dice que él nunca dejaría morir de sed a ninguna mujer, que ser caballero está por encima de todo. Porque la niña de fuego no ha hecho nada. Otra cosa son las putas que andan sueltas por ahí, y de eso no está a salvo nadie. Porque Manuela, sin ir más lejos, a veces se enzarza en unas cosas que Rodrigo no tiene más remedio que ponerle remedio. Por ejemplo, a veces invita al señor del butano a tomar una cerveza, y eso a Rodrigo no le gusta, porque conoce a los hombres y sabe lo que un hombre puede pensar si una mujer le invita a una cerveza en su casa. O al fontanero, por ejemplo, también un día le encontró tomándose un café en su casa. Y eso Rodrigo no lo permite. Porque la mujer del César además de ser tiene que parecer. Pero Manuela, a veces, se olvida, y en esos momentos Rodrigo se pone muy nervioso y se le va la mano.
Después de trabajar, Rodrigo se toma unas cañas con los amigos. Casi siempre paga él, porque Rodrigo es muy desprendido con sus amigos. Bueno, en realidad lo hace por eso y por demostrar que en su casa manda él, porque a los compañeros las mujeres les tienen el sueldo estudiado con lupa, y no pueden sisarles nada. «Dominados, les tienen absolutamente dominados, estamos en una sociedad donde el hombre ya no sabe cuál es su sitio».
Rodrigo es muy cariñoso con Manuela y con sus hijos. Tiene cuatro, dos niñas y dos niños. Las niñas ya están casadas. Se casaron muy jovencitas. Y Rodrigo dice que prefiere no ir a sus casas para no sufrir, porque lo que «es ésas, saber hacer, no saben hacer nada. La Manuela las ha malcriado totalmente, no les enseñó ni a lavarse las bragas», y a Rodrigo a veces, con el tema de las bragas, se le va la mano. Los niños son otra cosa, ahí está su apellido y su casta. El mayor, que se llama Rodrigo como él, consiguió entrar en la policía municipal y gana un sueldazo. Por la noche, a veces, le echa una mano a su cuñado que tiene un taxi. Y Pedro, que es el más pequeño de los tres, bueno, ése es un poco raro. Está en tercero de BUP, o de la ESO, o como cojones llamen ahora al Bachiller. Parece que quiere estudiar, pero la verdad es que Rodrigo no lo ve muy claro, pudiendo vivir bien sin estudiar, quemarse las pestañas a esa edad le parece una pérdida de energía y de tiempo, cuando lo que tendría que hacer es dedicarlo a ir con gachís y vivir la vida. Eso es lo importante, vivir la vida.
En eso sí que no escatima recursos Rodrigo, le encanta que sus hijos vayan bien vestidos y que nadie le pueda echar en cara tenerlos abandonados. Ésa es su máxima función: la prole. Por eso, cuando a veces Manuela le pone la cabeza como un bombo de si «Pedrito ha hecho tal, o Rodri ha hecho cual», se le va la mano. Porque a sus hijos no se los toca ni la madre que los parió.
Pero hoy, a Rodrigo se le ha ido demasiado la mano. Y ahora no sabe qué hacer. Porque Manuela está muerta. Dice Rodrigo que no se le ha ido la mano más que otras veces, pero es que Manuela se golpeó con la esquina de la mesa. En la sien, de donde le sale un reguerillo de sangre, muy brillante y muy roja, y no respira. Tiene los ojos abiertos, le mira como hace mucho tiempo, cuando se conocieron, y el mundo era bonito. Pero ahora ella no sonríe, y no respira. Y Rodrigo, que es un buen tipo, no sabe qué hacer.

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