Ganarás el pan con el sudor de tu frente

 Pelayo Alarcón

Para Luis, que ganó mi corazón



«Ganarás el pan con el sudor de tu frente», eran las palabras que siempre estaban en boca de sor Purificación, directora de mi colegio. Las utilizaba en las aperturas de curso, en la fiesta de Navidad, en las alegorías a la Virgen María durante el mes de mayo y en cualquier otro evento académico. «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», era lo que siempre nos decía cuando íbamos a su despacho a recibir los castigos por nuestros malos comportamientos y pensamientos.

«Ganarás el pan con el sudor de tu frente» ha sido mi guía laboral, personal y espiritual durante mas de treinta años.

Nací en la España franquista, en el seno de una familia humilde que profesaba gran devoción a la Virgen del Carmen. Educada en un colegio de monjas, de los de entonces, lo que quiere decir que crecí con el miedo al pecado, fomento de complejos de culpa, y el estricto cumplimiento a los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Además del firme convencimiento de que «me ganaría el pan con el sudor de mi frente».

Los colegios de monjas de entonces imprimían fortaleza, arraigaban en el carácter de los escolares, el espíritu de sacrificio, entrega, conformidad y honradez. Todo ello, claro está, con la promesa de hallar una recompensa al bien actuar, que podía estar en esta vida o en la otra.

No hay duda de que a mi etapa en el colegio de monjas, debo el haber adquirido una serie de virtudes que hoy, lamentablemente, no parecen valores en alza, pero que a mi modo de ver fueron positivas y contribuyeron en gran medida a hacer de mí la persona que ahora soy.

Me quedó profundamente grabado que el trabajo era fuente de virtud y que había que «ganarse el pan con el sudor de la frente». Interpreté que cuanto más sudara más ganaría. Yo quería ganar muchísimo, hacerme muy rica y ser importante, así que dirigí todas mis fuerzas a trabajar con energía y entrega. Si era cuestión de sudar, yo estaba dispuesta a deshidratarme.

Quería ingresar en la Escuela Diplomática, recorrer mundo, conocer a las personas más importantes, vivir en una casa de película con muchos coches y sirvientes. Me haría una gran estratega en política internacional y llegaría a ser la primera mujer española que gobernase la nación después de haber ganado por mayoría absoluta en unas elecciones libres.

Entré en la facultad y estudié Filosofía y Letras en la época de la transición, cuando la libertad recién estrenada en España se utilizaba sin medida. En aquella época, mis compañeras y amigas disfrutaban sin control la liberación sexual de la mujer, pero yo recordaba a sor Purificación, me veía delante de su mesa escuchando sus palabras proféticas: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente». Esa simple imagen era suficiente para mantener mi espíritu alto y hacerme estudiar duro para alcanzar las mejores calificaciones.

Cuando acabé la carrera era la época del despegue económico, donde todos tenían la oportunidad de tener un seiscientos, una lavadora y veranear en la playa. Rápidamente me puse a trabajar con fuerzas.

El primer trabajo que conseguí fue de profesora de Historia en un colegio privado. Me pareció perfecto, pues me permitiría seguir preparándome para acceder a la Escuela Diplomática. Durante más de cuatro años dirigí todas mis fuerzas y esfuerzos al trabajo, olvidándome del resto de las cosas que podía ofrecerme la vida. Estaba dispuesta a deshidratarme hasta conseguir lo que quería. En los momentos de desaliento, que se producían cuando alguna de mis amigas se casaba, o planificaban vacaciones con maravillosos viajes por Europa, acordarme de sor Purificación y de que tenía que «ganarme el pan con el sudor de mi frente» eran estímulos suficientes para seguir trabajando con empeño.

Después de intentarlo durante cuatro años, no logré entrar en la Escuela Diplomática pero, dos años después y tras superar una profunda depresión, saqué una oposición de auxiliar de secretaria en el Ministerio de Hacienda. Estaba contenta, pues sabía que con mi sacrificio y esfuerzo, en poco tiempo, alcanzaría una jefatura de despacho, luego sería jefa de sección, y más tarde de negociado y departamental. Iría a una provincia para ser directora provincial. Desde allí acceder a la vida política nacional sería fácil.

Con mucho sacrificio, trabajo y el sudor de mi frente, logré ahorrar una pequeña cantidad que me permitió dar la entrada para comprarme un pisito en Usera y un seiscientos.

Al boom del desarrollo económico le siguió una etapa de crisis, se desencadenó la inflación, el control de gastos, hubo cambio de gobierno, surgió el Watergate, la crisis del Golfo y pequeñas cosas que me hacían percibir que me alejaba más de mis objetivos. Lo cierto era que pasaban los años y yo no era importante y mucho menos rica. Durante estos años me «gané el pan con el sudor de mi frente», pero mis neuronas de tanto esfuerzo y sudor estaban secas y deshidratadas.

Como no era tonta y aunque tenía las neuronas deshechas, descubrí que el trabajo no es ninguna fuente de virtud y que el sudor de tu frente te da para el pan de cada día y poco más. Pensaba que durante toda mi vida me habían engañado, que eran mentira las enseñanzas recibidas en el colegio de monjas, pero me acordaba de sor Purificación y no me resignaba a darme por vencida. Me repetía a mí misma que «el que la sigue la consigue», o «el que algo quiere algo le cuesta».

Un día me desperté con la creencia de que durante todos esos años había estado cometiendo un error, y que tenía que haber alguna mala interpretación por mi parte al intentar llevar tan a rajatabla las palabras bíblicas de «ganarás el pan con el sudor de tu frente». Quizás aquella frase llevaba algún mensaje oculto que yo no había sido capaz de descifrar. Esa mañana, convencida de la necesidad de un cambio de vida, que se me hacía necesario para poder mantener mi integridad y salud aun a expensas de renunciar a alcanzar lo que ya había dado por perdido, decidí adoptar una serie de medidas (que paso a enumerar abajo):

Decir a todo que sí y hacer lo que me diera la gana.

Emplear el principio de lisis en la resolución de problemas, es decir, guardar los asuntos por resolver en un cajón hasta que se resolvieran solos.

Practicar el deporte nacional, es decir, ver trabajar a los demás, eso sí, teniendo la mesa llena de papeles y dar la sensación de ser capaz de hacer muchas cosas a la vez.

Aprender a delegar hasta conseguir que otro realice mi trabajo y llegue a pensar que es parte del suyo.

Utilizar papel, teléfono, bolígrafos, sellos y todos los demás elementos del trabajo para uso personal.

Ser tolerante y menos crítica con la competencia; a cambio, claro está, de pequeñas recompensas.



Mi sorpresa fue que tales medidas me dieron unos resultados rápidos y espectaculares. Mi imagen personal mejoraba, así como la consideración de mis jefes. Iba subiendo de estatus en mi trabajo al mismo tiempo que engrosaban mis cuentas bancarias. Los resultados me decían que llevaba el buen camino. Algunas de las medidas las fui ampliando y paulatinamente añadí otras.



Recordar a sor Purificación sentada en mi terraza de este maravilloso ático, que es considerado por los expertos la mejor obra arquitectónica del siglo, teniendo el mundo a mis pies, me hace sonreír. Es un placer ser una de las mujeres más ricas e influyentes del mundo y haber conseguido todo cuanto me propuse.

Cuando alguien me pregunta cuál es el secreto para el triunfo, yo siempre recomiendo a la gente joven que se pare a pensar antes de actuar, hacer o decidir una determinada cosa, porque a mí me costó más de 30 años aprender que lo que verdadera- mente decían las palabras bíblicas de sor Purificación. Era: «Ganarás el pan con el sudor del de enfrente».

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