Carta desde Santa Fe

 Javier Pérez de Vargas

A mis padres


Me despido de vosotros, Manolo, Teresa, hijos míos. Me voy para siempre, lejos, muy lejos, quizás donde jamás podréis encontrarme. Nunca pensé en llegar a este extremo pero mi único sueño, después de todos los que se han ido consumando en el camino, es el descanso, el descanso eterno.

Os hago responsables de mi huída cobarde. Sentíos culpables, la vida es así.

A las 20:30 de la tarde del cinco de mayo de 1996 me metisteis aquí, en la residencia de ancianos de Santa Fe. Hablando clarito, hijos míos, en el puto asilo del santo infierno. Apartado de la realidad en un mundo de dolor y sufrimiento donde se unen las lágrimas de Elisa por sus nietecitos muertos, con el odio de Bartolomé, al que le cerraron su pequeño puesto de castañas asadas (su única ilusión en este mundo), y a su vez estos dos con Alicia y su locura, siempre de la mano en las noches frías de invierno, y a éstos habría que añadir las tristezas de Pedro Antonio, Aguado y otros tantos más. Me enjaulasteis en el matadero, para que pudieseis vivir sin la carga de un anciano.

Para limpiar vuestras conciencias venís un par de veces al mes contándome cosas de un mundo para el que luché, al que amé, y en el que sufrí. ¡Cosas para recordar que ya no son de mi mundo!

Después de tres años me escapo de aquí. ¡Egoístas!, toda mi vida luchando para mejorar todo aquello que os rodeaba, trabajando de jornalero en Sevilla frente al furioso sol de agosto, limpiando en el Corte Inglés de Málaga, y otras muchas más cosas. Siempre ascendiendo y luchando para ofreceros educación en lugar de trabajo, y juguetes en lugar de herramientas. Pero tranquilos, ya estoy derrotado, me habéis vencido.

Bueno, se hace tarde. Estoy ante mi último atardecer plomizo, cansado, melancólico. El sol se alza frente a mí, frente a mi cuerpo viejo remendado por las penas. Una ligera brisa me acaricia la frente. Con mi mano izquierda, temblorosa, me enjuago las lágrimas y me dispongo a alcanzar la soga.

Adiós.



P.D: Aunque en el fondo lo deseéis, no me ha matado la vejez: me habéis matado vosotros.

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