Palomas para Carmen

 Juan Pimentel

A Silvia



Te gustan las palomas. Vamos por la calle, yo empujando y tu recostada en tu silla mirando a todos lados. Te fijas en el ruido de un coche y en la barra de pan que lleva una señora en el semáforo. Todo te sorprende, todo te interesa: las hojas, las hojas de los árboles arriba, tiritan en lo alto, a mitad de camino entre tus ojos y las estrellas.

Pero de pronto distingues a lo lejos una paloma en la acera, y no puedes contener la emoción. Chillas de alegría. Nos acercamos. La paloma corretea, se mueve. Quieres cogerla. Vamos a por ella. Y cuando casi puedes tocarla, la paloma, claro, se echa a volar. Y entonces tú chillas más. ¿Qué querías, cogerla o que se echara a volar?

Me pregunto qué es lo que te gustan tanto de las palomas. Siempre que ves una, es como si fuera la primera. Repites los mismos gestos de sorpresa. Como para decirnos que sí, que te gustan las palomas, para demostrarlo, para que nos enteremos. Y nosotros ya lo sabemos, pero tú quieres repetirlo una y otra vez, gritarle al mundo: «Me gustan las palomas». Por eso pienso que tu afición a las palomas es tu primera afición. El primer indicio de tus gustos, de tu carácter, de tus elecciones. De ti misma, en fin.

La leche y los besos, los brazos y el sueño, son comunes a todos los niños. Pero las palomas ya son tuyas. Y por eso me pregunto qué es lo que tanto te gustan de ellas. Si quieres cogerlas o que se echen a volar.

Eres un montón de caricias y una piel sonrosada. Eres unos ojos primeros y unos dedos que se aprenden a mover. Eres un olor tan delicado que no cabe en mi vida. Eres tantas cosas, tan diminutas, que no abarcan el reino de las palabras. Las letras son para ti sólo eso, música donde te bañas. Vives fuera de los nombres, antes de las cosas, y qué más da, si ya eres toda tú puro verso, sílaba antigua, células que se dividen y parecen gritar: «Me gustan las palomas». ¿Qué quieres, Carmen, cogerlas o que vuelen?

Tú juntas gestos. Yo trato de capturar las palabras que hay tras ellos. Tarea difícil: tus plumas son ligeras, tu vuelo sutil para mis manos.

Cuentan que una vez, hace años, le ofrecieron algo a un antepasado tuyo: «Más vale pájaro en mano que ciento volando». Él dijo: «Más vale volando». Me gusta pensar que lo sabes, que siempre lo has sabido. Yo, en cambio, procuro aprenderlo. Aprender de tus alas, de cómo sorteas la brisa, para que nunca quiera atraparte, para que Dios bendiga tu vuelo.

Carmen, palomas, batir de alas y auroras. Carmen, mañanas, batir de olas.

Que Dios bendiga tu vuelo.

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