A Pedro y Pilar
Ante la página en blanco que representa ese intento por escribir qué es la nada, y que no ceja en el empeño de atraerte hacia su fondo, tu pulso redobla los esfuerzos por escalar garabateando la angustia de no saber cómo, a través de un elevado osario de letras desgastadas, la inspiración de ti se aleja como sombra de una letra que buscando va su espacio entre párrafos de ausencia.
En un lugar de la memoria de cuyo nombre no quiero acordarme, hace mucho tiempo que vivía un coro de voces de las de eco en astillero, lengua antigua, aliento flaco y verbo corredor
Impelidos por la necesidad de emprender el viaje acostumbrado a ninguna parte, tus pasos se dirigen por sí mismos hacia no se sabe dónde, con cierta prisa por llegar; cuando el viajero viaja de continuo en la huida de sí mismo ¿acaso importa el lugar de su destino? En la búsqueda incesante del estilo que no llega lo críptico se impone en la forma por inanición del contenido; como esa sensación ahíta de vacío que en ocasiones queda en los márgenes de un escrito sin espacios, así se inundan de lágrimas tus ojos sin conseguir alcanzar nunca el húmedo consuelo del llanto. También los muertos cuando lloran parecen como ausentes. Dices llamarte nadie y, sin embargo, hay quien dice que te ignora sin haberte previamente conocido, a pesar de que en tus encuentros con otras existencias habitualmente se produzca esa sensación vaga de extraños parecidos. Si por un casual presentas, entre las frases de un relato indescifrable, a la oración violada por un sujeto de lanza en ristre que cabalga a lomos de su predicado andante ¿cómo justificarás más tarde, ante las altas instancias de los memos, a semejantes elementos que dicen imponerse a la conciencia del hablante? En la sombra de la duda se refugia el embrión de una idea inacabada, historia mil veces repetida de una reflexión que siempre sugiere algo sin explicar jamás nada. Envejeciendo vas sin pesar, por liviana que a menudo parezca la pesada carga de la apariencia en tus gestos. Con la guillotina de una posible embolia pendiendo sobre la testa, los dos hemisferios de tu mente abren sus latidos al pensamiento, para creer que existen, para saber qué son, el paso obligado de los temores que, constantemente, suben y bajan de la cabeza al corazón. Ser agnóstico en fase terminal a veces te recuerda lo humano que hay en ti. Como si sufrir no fuera sinónimo de padecer, la adversidad del ayer embistió de costado adjetivando en exceso la sinonimia del gesto. Tus encías mastican vejez, la vejez tritura tus dientes, los dientes afilan tu lengua, la lengua lame serpientes, las serpientes te ofrecen manzanas, las manzanas te enseñan los dientes
dejarse llevar, asemejándonos de por vida a esas iguanas de idéntico perfil al de los dioses ignorados. Mientras, el tacto sin plumaje de los cuervos de tus manos despojan los ojos de sus cuencas dejando las órbitas vacías, para impedir que la mirada de éstos se detenga en el interior de un libro cuyas hojas transparentes dan cobijo a las intrigas. No hay misterio que soporte la tensión de esta penumbra; como secuencias de una película jamás proyectada y siempre presentida, como calcomanías que vienen y van de un punto a otro del globo ocular adheridas en la retina.
Prosigues en la discreta labor de encomendarte a los silencios que te guían, convirtiendo en acto de fe literaria todo aquello susceptible de ser modificado a través de la utopía. Necesitas saber algo sobre cierto tipo de músicas inciertas cuyas partituras compusiste en anteriores existencias, y que hoy son reconocidas y ensalzadas cual gloriosos himnos dedicados a la nada. ¿Acaso existe espacio alguno en el que desees morar que no lo haya habitado antes el vacío? En todos y cada uno de los ecos en los que tu voz habita se insinúan los timbres sin espacio de otras frases que, a su vez, conviven con las palabras a lo lejos.
El tiempo pasa y nada es igual desde su pretérita distancia. Dioses aparte, nuestras voces temporales invocan de por vida el eco sagrado de sus gritos contenidos. Gestos que entre sí se tejen, muecas que a sí mismas se hablan, en un lenguaje infinito y extraño en el que sobran las palabras. Mas todo lo infinito es entre sí circundante y tan sólo desde el cálculo exacto de la locura totalizar se puede en los gestos la suma marchita de toda una vida. Cuando a mediados de curso del taller de escritura los textos previamente corregidos salgan al escenario de la imprenta a interpretar los roles diferentes de sus personajes y tramas, a través de los recuerdos compendiados en la memoria paginada de un libro, será entonces cuando asistamos juntos al acto último de nuestro primer olvido. Petunias en verano y pensamientos en invierno. El precio de una existencia bien vale la flor de una sonrisa.

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