A mis padres
En verdad os digo que lo que más me dolió no fue que él se fuera, sino que se llevara mi chaqueta. Mi chaqueta, la chaqueta aquella que cuando yo me la ponía yo me sentía Yo. Mi chaqueta entrevista en el revoltijo de una tienda de ropa de segunda mano. ¿Con quién habría estado antes mi chaqueta? ¿Quién la habría arrojado casi nueva a aquel marasmo de trapos? Alguien que nunca la amó como yo y que no entendió nunca su alma chaquetuna. Y cuando, enamorada de una manga, me dispuse a tenderle la mano para salvarla del naufragio, otras manos agudas me la arrebataron. ¿Y qué vi? Mi chaqueta, que ya era mi chaqueta, se paseaba sobre las espaldas de un hombre que se miraba al espejo.
Estoy buscando una chaqueta para mi novio le dije, y si no te vale la que llevas puesta, es exactamente la que busco.
El hombre me miró con sorpresa, porque a él la chaqueta le quedaba perfecta y además le gustaba tanto como a mí. Pero con una sonrisa comprensiva se la quitó, me ayudó a ponérmela y me empujó delante del espejo.
Huy, bonita, esto es demasiado para un novio. A mí no me queda mal, pero tú con ella pareces una princesa. Te la dejo, pero sólo si es para ti.
Tras pronunciar aquel conjuro, el hombre se deshizo en una mirada tierna y yo me encontré con la chaqueta entre las manos, como si fuera la varita mágica que me convertiría en la princesa de mi propio cuento.
Fue después de hacer el amor con mi novio, esa misma tarde y ante el gran espejo de mi habitación que la magia comenzó, aunque fuese muy distinta de lo que yo pensaba. Decidí ponerme la chaqueta por primera vez; la chaqueta y nada más.
Con ella, mis hombros parecían más redondeados y mis piernas más desnudas. Era así como quería que mi novio viera su chaqueta, como algo pegado a mi piel.. No podía desprenderme de mi piel y dársela, pero podía entregarle mi chaqueta. Mi chaqueta, la chaqueta aquella que cuando yo me la ponía yo me sentía Yo. Había prometido al hombre en la tienda que sería para mí y, aunque había tenido todo el tiempo tentaciones de quedármela, decidí que fuera para mi novio, para que supiese que con ella le estaba dando mi sudor y mis lágrimas y todos los humores que perfuman la piel que me envuelve el alma como un papel de regalo.
Entonces mi novio me vio en el espejo; las últimas luces de aquella tarde que habíamos pasado juntos atravesaban los grandes ventanales e incendiaban mi cuerpo con besos rojos. Mi novio se acercaba a mí. Al sentir su aliento en mi nuca, pensé que me atacaría con las dulces zarpas de un tigre enamorado. Pero sus manos no reposaron sobre mis senos, sino sobre mi chaqueta.
Me encanta esta chaqueta y a ti siempre te ha gustado mi mochila de cuero. ¿Por qué no las cambiamos?
No es lo mismo dar cuando quieres dar, que cuando te lo piden. Negociando mi segunda piel, me había arrebatado el placer de regalársela.
Sin embargo se la di. ¿Cómo hubiera podido yo negarle algo? La envolví en mi olor, pensando que el fuerte perfume de mujer conjuraría todos los peligros con que habría de enfrentarse en las noches sin mí. Luego la extendimos en el suelo y nos juntamos con violencia, para que la tela se impregnase para siempre de la sustancia agridulce de su cuerpo y de la humedad oscura de mis lágrimas. Y en ese momento sentí que nada podía separarnos, porque éramos una sola piel.
Pero nos separamos. Mi chaqueta, que cuando yo me la ponía yo me sentía Yo, fue lo único que quiso conservar cuando meses más tarde rompimos. Le traía demasiados recuerdos, dijo. No de mí, ¡claro!, sino de la otra. La llevaba puesta el día que la conoció.
Me gusta tu chaqueta fueron las primeras palabras que ella le dijo.
A mí también. Es muy especial para mí, con ella soy yo mismo.
Sí, hueles a ti mismo.
Y supongo que en ese mismo instante empezaron a amarse.

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