Carol e Isa están tomando una cerveza en el bar. Hablan de sus cosas de forma relajada, como dos buenas amigas que hace tiempo no se ven aunque estén juntas todos los días a la misma hora, en el mismo bar y en la misma mesa.
A veces creo que mi corazón tiene alas. Siento incluso que respira dice Carol echándose las manos al corazón.
Eso no te lo crees ni tú.
Pero si incluso noto que mi pensamiento camina a zancadas por las calles. Soy la gigante de la urbe cuando me da esa sensación. A veces, incluso, aplasto a algún transeúnte.
¿Y cómo los aplastas?
Pues de muy malos modos, por las buenas.
Pero tía, esas personas ¿te han hecho algo?
Nada, absolutamente nada. Es que mis pies comienzan a suspirar de tal manera, con tanta ansiedad, que para aplacar esos suspiros necesito aplastar a uno o dos individuos al día.
Isa abre los ojos como paraguas. Carolina se fija en el anillo de plata de su amiga.
Tía, quiero ser una gigante como tú.
Isa, ¿te han regalado por Reyes ese anillo?
Pero tía, lo tengo desde hace un año.
No me había dado cuenta.
Tú no te das cuenta de nada.
Isa, coge una servilleta de papel y la hace trocitos. Luego intenta unirlos.
No se han acordado.
¿Qué?
Mis padres, que no se han acordado de regalarme nada.
Carolina se ha quedado mirando el anillo de su amiga.
Los anillos como ése son lo primero que robo cuando me transformo en cuervo. El ruido de los coches me convierte en un ave que vuela, como mi corazón, y el cuervo atraca las joyerías del barrio de Salamanca.
Tía, mis padres, no se han acordado, joder.
Lo que pasa, Isa, es que tus padres no tienen alas.
Isa, coge otra servilleta y en unas décimas de segundo la hace una bola.
Carol, ¿me invitas a otra birra?
Llevo veintitrés años invitándote a cervezas. Podríamos cambiar de hábitos con el año nuevo.
Tú eres la ricachona, no yo. Además, eres una exagerada. Con un año no me puedes haber invitado a cerveza. Mira la cara que pondrían nuestros padres oliendo pañales meados de cerveza.
Las chicas se ríen y entrelazan sus manos.
Eso me hace recordar la vez que mis ojos se quemaban. Tanto era el dolor que los saqué de mis cuencas. Los aireé. Dejé de sentirlos y tu padre, que estaba metido en el bar, me arrojó la cerveza a la cara. Entonces, recuperé mis ojos otra vez. Tu padre, héroe por un día.
Anda, deja de decir tonterías y págame la cerveza.
Carolina se levanta y pide dos Mahou más. Isa la coge al vuelo.
Carol, ¿eres mi amiga, verdad?
Claro, ¿qué te ocurre?
Tía, lo de siempre. Mi padre borracho, mi madre amargada de vivir, y yo sin trabajo.
Me gusta mucho tu anillo plateado. Una vez tuve uno como el tuyo y por las noches me abandonaba para irse con una actriz famosa. Quería ser admirado. Era un coqueto.
Isa sonríe con ternura. Mira las manos de su amiga, todas enjoyadas, anillos de oro en casi todos los dedos. Luego observa su anillo de plata.
Carolina, quiero ser una gigante como tú, y aplastar a mis padres.
Un día llegué a ser una puerta que se abría solamente cuando tú aparecías. Para el resto de la gente permanecía siempre cerrada.
Tía, un porro no nos vendría nada mal.
Isa coge otra servilleta de papel. Comienza a hacer dobleces.
Algún día seré alguien importante dice con firmeza Carol.
Estoy segura de ello responde Isa.
Ambas vuelven a entrelazar las manos.
Estás temblando, Isa.
¿Dónde estás, Carol, dónde estás?
Aquí...
Quiero estar donde tú vives.
¿En el chalet donde vivo? No te gustaría. Hay tantas habitaciones que no sé dónde van mis suspiros. Se pierden entre tanto metro cuadrado. Figúrate, no recuerdo ni el nombre del mayordomo y menos aún el de la sirvienta. Un día los encontré haciendo el amor en la sartén. Eran dos pichones a punto de caramelo.
Isa llora y acaricia la cara de su amiga.
Estoy tan vacía y tú tan llena.
Estoy llena de flores y de habitaciones. Tengo un jardín con millones de flores diferentes.
Tengo frío, Carol.
Carol junta su silla a la de su amiga para poder abrazarla.
Vete a casa susurra Carol a Isa.
Mi casa es una ful. Llévame contigo.
Conmigo. Mi casa es una galaxia. No veo a mis padres entre tanto metro cuadrado.
Tía, y yo veo a mis padres demasiado a menudo, con tan pocos metros cuadrados.
Isa se ríe. Carol reposa la cabeza en el pecho de Isa, que ha acabado de hacer un avión de papel con la servilleta.
Mira cómo vuela lanza el avión que va a estrellarse contra la pared. Las amigas se ríen.
Carol, eres mi amiga, ¿verdad?
¿Acaso lo dudas? Yo sólo te abro la puerta a ti. Dame el anillo.

|