Festín de amotinados (2000)

Paseo nocturno

Laure Recio

Eran casi las cinco. Aún no había amanecido. Vicente y sus amigos caminaban de vuelta al barrio donde vivían, algo retirado del centro de la ciudad. Él empezó a apartarse del grupo. Pedro, que era quien estaba a su lado, se dio cuenta el primero y le preguntó extrañado:

—¿A dónde vas, Tito?

—A dar una vuelta por ahí. No tengo sueño

—Pero colega, vente con nosotros —le dijo Luis—. No está la temperatura para paseos, precisamente.

—Paso. Mañana nos vemos, ¿vale?

—Te hace un partidito por la tarde? —le sugirió Pedro.

—Sí, me apunto. ¿Me llamas después de comer?

—De acuerdo. Pues nada, que te despejes.

—Hasta luego.

Vicente dio la vuelta y se fue alejando poco a poco. Era invierno, la niebla daba un aspecto distinto a las calles desiertas, sumidas en una atmósfera solitaria y enigmática, que las farolas no podían disipar.

Sin dirigir sus pasos de forma consciente, llegó al viejo parque, junto al río. No pudo evitar el recuerdo, todavía reciente, de momentos pasados en aquel lugar. Eran tardes de verano soleadas.

Ahora todo era distinto. Parecía otro sitio, aquello tenía un aspecto fantasmal. Decidió que era mejor irse. Inició el camino de vuelta. La niebla era espesa y el frío era intenso.

De pronto, oyó el ruido de un motor. Un Corvette negro surgió de la niebla. Pasó delante de él fugazmente y entonces escuchó un frenazo espectacular y un golpe seco, acompañado del sonido de rotura de cristales y de pedazos de vidrio que caen al suelo.

Se acercó corriendo. El Corvette se había estrellado contra el antiguo muro que rodeaba al parque, a pocos metros de la entrada.

Impresionado por la violencia del impacto, se asomó instintivamente a la ventanilla rota del conductor. A pesar de que tenía media cara ensangrentada, pudo reconocer a Álvaro, antiguo conocido y eterno rival. ¡Diana! pensó entonces, y pasó rapidamente al otro lado del vehículo. No era Diana, su antigua novia, que ahora vivía con Álvaro, sino otra chica quién estaba en el asiento del copiloto. Estaba muerta.

Volvió, esta vez lentamente, junto al conductor. Éste parecía querer decir algo, pero Vicente no pudo percibir nada. Se retiró un poco. Vio que Álvaro estaba muy malherido, apenas respiraba. Durante unos minutos, se quedó allí inmóvil, de pie, junto al coche accidentado. No estaba seguro de que le podía más, la macabra casualidad de ver morir a Álvaro, o el alivio de saber que Diana estaba a salvo. Finalmente, se inclinó por lo segundo, y entonces reemprendió el camino de vuelta. Se alejó lentamente, sin mirar atrás.

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro