Festín de amotinados (2000)

Welcome to Tijuana

Marisa Risco

Teo dejó la chaqueta sobre el colgador de las toallas. Era una chaqueta de Armani de chachemira gris. En otra ocasión la hubiera doblado cuidadosamente, pero ahora no tenía cabeza para esos detalles. Se aflojó el nudo de la corbata y se dirigió hacia la bañera. Se sentó en el borde. Los grifos dorados brillaban. Sobre la repisa había una cestita con un montón de ungüentos en miniatura, todos envueltos en el logotipo del hotel. Puso el tapón y abrió los grifos.

—¿Trajiste condones, cielo? —escuchó una voz que gritaba desde la habitación de al lado—. Esta noche vamos a necesitar una caja…

Se le heló la sangre. Nerviosamente empezó a rebuscar en los bolsillos. No encontró nada. La bañera se estaba llenando y el vaho caliente empezaba a marearle.

—¡Tú preocúpate sólo de desnudarte para mí! —gritó Teo, pero temió que su voz delatara su ansiedad, así que bajó el tono e intentó modular de nuevo—. Pero llama antes al servicio de habitaciones y pide champán.

—¿Champán?

Entonces se abrió la puerta del baño. Teo vio a través de la bruma húmeda la silueta de una joven muy delgada, de cabello corto y rubio, demasiado rubio para ser natural. De la aleta de su nariz colgaba un aro plateado que brillaba al contraluz.

—¿Champán? —volvió a repetir—. ¿Qué celebramos?

Teo no supo qué contestar. No recordaba que aquella chiquilla rara del bar fuera tan guapa. Apoyaba uno de sus brazos en alto sobre el marco de la puerta, en una actitud indolente, casi pueril. Llevaba la camisa blanca medio abierta y aunque podían intuirse unos pechos firmes y generosos, su aspecto recordaba al de un adolescente.

Teo parpadeó. Por un momento se volvió a mirar su chaqueta de Armani. Tal vez llevara algún condón en la cartera. Ella, descalza, se dirigía a él. Sin las botas de plataforma era más baja de lo que pensaba, pero parecía más vulnerable, más infantil. Así le gustaba más. En un instante imaginó todo lo que iba a hacerle. Debajo del pantalón sintió que su pene se endurecía. Ella le abrió la camisa y le mordisqueó un pezón. Teo buscó su boca y la besó. Sintió un sabor a metal que le hizo retroceder, pero ella le agarraba fuertemente de la nuca. En la punta de su lengua había un objeto punzante que le raspó el paladar. Ella siguió arañándole suavemente en la boca. Teo comenzó a jadear. De golpe ella se separó.

—¡Tío, qué haces!

El agua de la bañera se desbordaba. Ella no dejaba de reírse mientras cerraba los grifos. Se estaba mojando la camisa y la diminuta falda. Su risa era franca y contagiosa.

—Nunca pensé que los ejecutivos fueseis despistados. Cocainómanos sí, pero despistados… —se burlaba entre carcajadas.

Teo no podía dejar de mirarla. Estaba sentada en el borde de la bañera totalmente húmeda, y la ropa se le pegaba al cuerpo y le brillaba la piel. Descuidadamente se pasó una mano por el pelo rubio que con el agua se puso más amarillo.

—Entonces, ¿qué íbamos a celebrar?

—Que en un año no le había puesto los cuernos a mi mujer.

—¡Estupendo! —se levantó de un salto con el entusiasmo de un niño. Teo pudo ver sus pezones a través de la camiseta mojada—. ¿Y tengo yo el honor de romper con el año sabático? ¡Me encanta! ¡Me encanta joder así a una pija! Voy ahora mismo a por el champán.

La escuchó hablar con el servicio de habitaciones en la habitación contigua. Teo, con una sonrisa boba, se desabrochó los pantalones y los tiró sobre una banqueta. No podía quitarse de la cabeza aquellas tetas que iban a ser suyas.

—A propósito, ¿has traído o no suficientes condones? —gritó la rubia desde el otro cuarto.

—Maldita sea... —masculló Teo. Entonces recordó aquella caja de tres profilácticos que había comprado en México D. F. Con suerte aún no la había sacado de la cartera. Corrió hacia la chaqueta Armani y tanteó en su busca. La cartera estaba allí. Sus manos estaban torpes, y al abrirla se cayeron algunas de sus tarjetas y algún otro papel que no se agachó a recoger. Con ansiedad rebuscó en uno de los bolsillos ocultos. Se hizo un pequeño corte con el filo de piel al introducir el dedo sin cuidado. Suspiró al encontrarlos tadavía allí.

—No te preocupes, querida: todo bajo control —berreó con una nota de alivio en la voz—. ¡Vas a joder a la pija, pero también al pijo! —rió con ganas dejando de nuevo echa un ovillo la chaqueta de Armani en el toallero—. Nos vamos a inaugurar con una marca muy exótica. Los compré en Méjico. Tijuana López se llaman...

—¿Tijuana qué?

—Tijuana López —repitió Teo mientras se quitaba la camisa y los calzoncillos—. Parece ser que es el nombre de un peso pesado muy famoso allí, un supermacho…

Teo se metió en la bañera y la regó bien con gel. La espuma hace resbaladizos los cuerpos, pensó mientras sonreía maliciosamente.

Entonces la rubia entró completamente vestida y cubierta con su abrigo de piel de cebra. Se acercó a Teo y le escupió a la cara:

—¿Sabes lo que te digo, tío? ¿Sabes lo que te digo?… que con estos condones te follas a la santa de tu mujer… ¿No te jode! —Se dio media vuelta mientras mascullaba— Tijuana López… ¡Quién puede follar con eso! —Dio un portazo. La chaqueta de Armani fue resbalando y cayó sobre el suelo húmedo echa un despojo.

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