Festín de amotinados (2000)

Qué suerte tenerte

Begoña Torres Roldán

Nunca he tenido suerte. Bueno, realmente esto no es correcto. He tenido mucha suerte, pero de la mala. De esa clase de suerte de la que la gente huye, y se santiguan cuando pasan por su lado. Pues yo he tenido mucha suerte de esa clase, tanta que he llegado a acostumbrarme, y ya la considero como una amiga.

No recuerdo cuando me escogió mi suerte, debió ser casi cuando nací, porque mi madre no para de hablar de las desgracias que ocurrieron desde que vine al mundo y hasta que me fui de casa, a un apartamento que me alquilaron mis padres con la condición que me llevase a mi suerte conmigo, y desde entonces mis padres viven felices y dándome excusas para que no les vaya a visitar.

Mi vida es una continua rutina de desgracias. Me levanto, se me rompe la taza del café, se me quema la leche, nunca hay agua caliente, pillo todos los atascos, sólo en el trabajo me va bien, porque trabajo en una empresa de seguros, y sólo con arrimarme a un posible cliente, le ocurre alguna desgracia y él me contrata un seguro.

De vez en cuando para romper la rutina propongo a mi suerte que nos vayamos de viaje, y ella asiente con la cabeza, porque hablar, nunca habla mucho. Preparamos ilusionadas nuestras maletas, aunque yo sé de antemano que no iremos a ninguna parte, porque la experiencia ya me lo ha demostrado. Una de las veces el taxi que nos llevaba de camino al aeropuerto pinchó una rueda y perdimos el avión. En otra ocasión nos cancelaron el vuelo que teníamos que coger. Cuando decidimos probar con el tren, los trabajadores se pusieron en huelga, e incluso cuando intentamos irnos andando no paró de llover hasta que llegamos a casa.

Mis amigos ya se han acostumbrado a que cuando llegamos comienzan las desgracias. Sólo una vez no pasó nada, el día que fuimos a cenar a casa de mi amiga Paloma, que también tiene mucha suerte, pero de la buena, y resultó que mi suerte y la suya eran primas hermanas por parte de madre, y así estuvieron entretenidas toda la noche contándose cotilleos familiares y a los demás nos dejaron cenar en paz.

Así que yo, de tarde en tarde, cuando necesito un descanso de desgracias, animo a mi suerte para que vaya a visitar a su prima, pero me dice que no, que me ha tomado cariño y sin mí no va a ninguna parte.

Mi suerte no se ha despegado de mí ni cuando tuve novio, que era muy buen chico, y mi suerte como es muy educada, enseguida quiso hacerse su amiga, y se pegaba a él cada vez que le veíamos. En dos meses que duró la relación, el pobre perdió el trabajo, le robaron el coche, y murió su abuela, aunque mi suerte me juró que lo de la abuela no era cosa suya.

Y así mi suerte y yo continuamos solas con la rutina de desgracias, aunque algunas veces me enfado con ella, cansada de tantas calamidades, y le grito durante un buen rato, mi suerte se encoge de hombros y me sonríe, como diciéndome ¿qué quieres que haga yo?, porque la verdad la pobre no puede hacer nada, y a mí me da no sé qué echarla, porque sé que nadie más la quiere.

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