Festín de amotinados (2000) |
Noches de cumbia |
Alix Trujillo |
A Humberto, mi esposo, y mis hijos
Desde niña convivió con la cumbia. Los sonidos chamánicos del tambor y la flauta hacían un conjunto armonioso que tomaba forma en el bello y esbelto cuerpo de Rosalía. Descubrió a temprana edad que sobresalía entre las demás de su pueblo por la forma sensual de sus caderas cimbreantes, que la hacían única en este baile. Así que para estos días, entre alegre y nerviosa saltaba, gritaba, palmoteaba, expresaba sus sentimientos ingenuos y espontáneos, sin los remilgos de la capital. A sus 22 años no era raro que Rosalía tuviera muchos pretendientes, pero ella eligió a Jacinto, un joven campesino que se destacaba entre los demás por sus estudios, que lo colocaban en un sitio privilegiado. Su figura varonil de aspecto rudo, espaldas anchas de manos fuertes mostraban a un hombre luchador, algo solitario e introvertido. Todos los años, en el mes de junio, para las festividades de San Juan, patrono del pueblo, entre las muchas diversiones estaban las Noches de Cumbia, tan famosas que los habitantes de los alrededores y de la capital se hospedaban desde muy temprano en los Palmares. Este pintoresco pueblito de pescadores con sus calles arenosas y tranquilas, daba paso al jolgorio y a sus interminables noches en las cantinas y los ventorrillos atiborrados de gente que se apretujaban para apostar en los diferentes concursos. Los rayos del sol comienzan a filtrarse por la ventana de su habitación y a Rosalía le cuesta despertarse, pero su madre le ha preparado un baño de hierbas para las malas energías. El aroma del café la hace ponerse en pie, escucha el trajín en la cocina y a su tía regañar a las gallinas. Sonríe. Le agrada escucharla desde muy temprano y ayudarla en los quehaceres. El reloj de la iglesia daba sus l0 campanadas de la mañana, en las calles se veía el ir y venir de las mujeres con cortes y vestidos llevándolos a las costureras, pero en la casa de Helena Cantillo, madre de Rosalía, no se podían dar esos lujos, así que desde el amanecer ya Ña Helena pedaleaba su vieja máquina para terminar la pollera de cumbiambera, que estrenaría esa noche su hija. Estaba orgullosa de coser ella misma el vestido, así que no sentía cansancio. Ensimismada en sus pensamientos se sobresaltó al ver llegar a Rosalía contándole los pormenores que escuchó en la calle. ¡Mamá, estoy nerviosa por que dicen que este año el concurso va a estar muy reñido. ¡Ay!, mi niña, recuerda que el año pasado fue lo mismo y tú ganaste. Eras la más bella y la mejor bailadora. Conversan alegremente cuando escuchan el sonido de la puerta. Es Jacinto, que con un abrazo y un beso lo recibe Rosalía, y doña Helena los mira con ternura. Siguen a la pequeña salita, compuesta de taburetes de cuero, muchos de ellos elaborados por el propio Jacinto. El resto de la decoración, unos cuadros con paisajes amarillentos, como si el tiempo se hubiera detenido en la casa de la familia Cantillo, que contrasta con la modernidad de Rosalía. Salen al traspatio, donde suelen cobijarse bajo el frondoso árbol de acacias testigo de todas sus cuitas amorosas. Interrumpe el coloquio doña Helena, que les ofrece un par de limonadas para calmar la sed. Para huir del calor del medio día salen rumbo a la playa. Ya acostados en la arena, el oleaje y la brisa los adormece y Rosalía somnolienta, comienza a suspirar y lamentarse por la vida tan pueblerina que lleva como bien se lo dijo el forastero el año pasado. Recuerda cuando le ofreció una vida llena de aventuras al otro lado del mar, como bailarina, se haría rica y famosa. ¡Qué oportunidad! Lo único que le espera en este pueblo tan lejano de la civilización es vegetar como las demás muchachas, casarse, tener hijos, y ni siquiera volver a bailar en las fiestas. Ya no tienen derecho a nada... Se sorprende cuando Jacinto la besa, y temiendo que lea sus pensamientos se refugia en sus brazos. Se encontraron con muchos amigos y en las calles se notaba la gran fiesta que los esperaba. Pasó un automóvil que dirigió su saludo a Rosalía, que le correspondió con su mejor sonrisa. Jacinto estaba distraído con unos amigos y no se dio cuenta del detalle, y tan solo murmuró: Nuevamente ese forastero. ¡Sí! dijo Rosalía no dándole importancia. En la plaza de entrada había un pasacalle anunciando los eventos que se abrían con un castillo de juegos pirotécnicos, y una bandera roja estaba colocada en el centro donde se prendería la cumbiamba. Son las nueve de la noche y los tambores no han dejado de repicar. El tumulto se apodera de la plaza. A empujones van llegando las parejas y entre luces intermitentes, voladores, y música, hacen su aparición Rosalía y Jacinto. Al verlos la gente da un sonoro aplauso y se oye la tonadilla acostumbrada Ay, Rosa, qué linda eres; Rosa, la más hermosa. Cogiéndose graciosamente la pollera, sus cabellos recogidos con flores rojas, sonriendo, saludaba a todos. La seguía Jacinto, un tanto tímido, vestido de blanco, que contrastaba con su piel morena, una mochila terciada y su sombrero de paja. En fila india continúan llegando las bailadoras. El cielo de Palmares estaba iluminado. El aire y el ambiente con olor a ron y Cumbia. Los hombres ofrecen los paquetes de velas a las mujeres. Se encienden las velas y las parejas se transforman: Ahora son el macho y la hembra. El baile es un ritual sensual y sexual. El aire se inflama al calor de las velas que las mujeres llevan en alto. El sudor baña los rostros de las parejas que se disputan el premio. Jacinto saca de su mochila ron para extrovertirse y, en un grito de juepa-je se quita el sombrero, se agacha como abriéndole paso a Rosalía, que con paso menudito le da la espalda, y coquetamente se devuelve, y con las velas hace el ademán de quemarlo. Él sigue en la conquista. Se inclina y ella hace una vuelta en redondo y lo sigue. La ha conquistado. Así hasta al amanecer. La música ha dejado de sonar. Hay un descanso que Rosalía aprovecha para entregar a su tía los cabos de vela que suman como un centenar. Ya es la media noche, las mujeres llevan encendidas hasta cinco paquetes de velas. La concurrencia cada vez numerosa estrecha más el círculo. Rosalía baila frenéticamente, y la forma entornada de mirar como tigresa en celo no se le escapa al extraño y enigmático admirador. Abriéndose paso entre la multitud, y con un ademan quitándose el pañuelo de seda de su cuello sostiene los paquetes de vela que le ofrece a Rosalía. Ella orgullosa y coqueta le sonríe y, susurrándole al oído a Jacinto, éste sale furioso de la ronda a reunirse con sus amigos de parranda. Al instante el forastero impone su paso cautivando no sólo a Rosalía, sino a los espectadores. Ella, como hipnotizada, sigue su ritmo, momento aprovechado por él para seducirla. El canto de los gallos anuncia el amanecer. Todavía se escuchan algunas voces en las cantinas, mientras en casa de los Cantillo todos duermen. En la iglesia repican las campanas invitando a la misa campal. Esto hace que doña Helena y la tía Juanita se levanten apuradas a preparar desayunos, sobre todo para la niña Rosalía, que bien se lo merece, ya que debió llegar muy de madrugada. Comienza el ajetreo en la cocina y como de costumbre la tía Juanita refunfuña a los animales. Ya está listo el café y las arepas, pero Rosalía no da señales de levantarse. ¿Helena, no te parece extraño que la niña no se halla despertado? Mira que no vaya a estar enferma. Helena se dirige a la pequeña habitación y con un grito llama a su hermana: ¡¡Dios mío, no está!! Despavoridas corren a la calle a casa de Jacinto, que al enterarse les comenta cómo Rosalía se quedó en la plaza con el forastero. Jacinto acompaña a las dos mujeres de regreso, y se sorprenden al ver la cantidad de gente rodeando la casa... Doña Helena piensa para sí: Seguro que ya saben dónde está mi hija. Alguna mujeres se le acercan y le hacen comentarios: La vimos en el automóvil del forastero, que iba a gran velocidad. En el pueblo el calor sofocante, y el aire pesado presagian que algo grave ha ocurrido. Se siente en el ambiente. Los voceros de periódicos recorren las calles anunciando la trágica noticia. El periódico Capitalino destaca en una de sus páginas: Matan a tiros a una mujer en el pequeño pueblo de Palmares. Mientras que el periódico parroquiano comenta en primera plana: El pueblo llora a Rosalía. Nos han matado a la Reina de la Cumbia. |
Haz clic aquí para imprimir este relato
|