Festín de amotinados (2000)

Casa asegurada

Carmen Valdés Librero

A Raúl



Ella no tenía la culpa. La compañía le exigía responsabilidad civil, pero ella no había podido evitar que la sartén se incendiara. Aquellos hombres se lo estaban explicando, pero le costaba seguir lo que decían. La casa no era suya, no podía permitirse el lujo de comprarla, a qué hacer un seguro. Los dueños, claro, le dijeron que estaba asegurada y no se preocupó de más. ¿De todo?, había dicho ella. Sí, sí, de todo; cualquier accidente lo cubriría el seguro. A ella se lo habían dicho.

Por supuesto no incendió la sartén a propósito, ¡pues buen susto se llevó ella!, ¡a quién se le puede ocurrir semejante cosa! No decía que no hubiera quien lo hiciera, pero desde luego ella no.

Aquellos hombres se lo explicaban con buenas palabras al principio, pero después parecía que se ponían nerviosos, sobre todo el gordito, algo de asumir gastos, decía. ¿Querría decir que tenía que pagar algo?, ¡pero si ella no tenía nada! Además, la casa estaba asegurada. Se lo habían dicho los dueños.

La sartén se quemó sola, menudo susto se llevó ella, de repente ya estaba ardiendo y no pudo hacer nada, no supo qué hacer. Llamó a la vecina, pero no había nadie, luego subió el del primero y le gritó algo, ella estaba en la escalera, muy asustada, todo se llenaba de humo.

Después los bomberos la sacaron casi en volandas, ella se había quedado allí, viendo cómo el humo lo llenaba todo. Llamas no veía, el humo no le dejaba ver qué estaba pasando.

La casa sí, era alquilada, no tenía dinero para comprar una, aunque ella siempre decía que tener una casa es una complicación, con tantos gastos... y además arreglarla y pagar un seguro por si le pasa algo. Como ahora.

Le decían que, de alquiler, era tirar el dinero. La vecina lo decía, a ella le daba pena la casa, porque los dueños no la arreglaban y ya estaba vieja. Los años no pasan en balde.

Había pensado cambiarse a otra más nueva, era la ventaja de estar alquilada. Ella, desde luego, no podía comprar una. Ahora con esto, estaba en la calle, a ver quién le pagaba a ella la pensión, porque el alquiler ya lo había ingresado el día uno.

El señor gordito le repetía lo de la responsabilidad civil, pero ella no había incendiado la sartén aposta, ¡con el susto que se había llevado!

Ya venía pensando en cambiarse, es lo bueno de estar alquilada, te cambias cuando quieres, de un día para otro, como quien dice. Ella ya lo había pensado, pero ahora, con esto no le quedaba más remedio. Algo de pena le daba, por la vecina, le tenía simpatía.

Ella no podía pagar nada, no tenía con qué, además la casa estaba asegurada, se lo habían dicho los dueños; ella no había quemado la sartén a propósito ¡con el susto que se había llevado!, ¡qué cosas! El señor gordito ya casi gritaba, pero el del bigote la miraba fijamente y seguía tranquilo. A ella le costaba seguirlos. La casa estaba asegurada y la sartén se había quemado sola.

Hacía algunos meses que venía pensando en cambiarse, los dueños no la arreglaban y estaba vieja, la calefacción, por ejemplo, hacía frío. ¡Con las calderas nuevas que hay ahora!, pero no querían ponerla. Ahora con esto no le quedaba más remedio que buscarse otra. Ya había estado mirando alguna.

¿En la que vivía antes? También se había llevado un buen susto, es lo bueno de vivir alquilada, te puedes ir cuando quieras, de un día para otro como quien dice.

Tampoco entonces tuvo ella la culpa de que la sartén se quemara. También el humo lo llenó todo y ella se quedó allí parada casi sin poder respirar y sin ver lo que pasaba.

Después alquiló ésta. Fue lo primero que preguntó. Los dueños le habían dicho que sí, que estaba asegurada.

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