Festín de amotinados (2000)

El antifaz de plumas

 Oswaldo Berenguer

En recuerdo de nuestros días felices en Galicia

Terminó de cenar y encendió un puro de La Palma. El humo del tabaco y el delicioso arroz con bogavante le recordó que estaba en su querida Venecia gallega, Santiago de Compostela. Al incorporarse se vio reflejado en el espejo del bar dibujándose una sonrisa placentera bajo su bigote desordenadamente argentino.

—Esta es la hora de las brujas, che —le dijo sonriente a su amigo Agustín Sánchez que afectuosamente le abría la puerta del local.

Salió a la calle do Franco, desierta y silenciosa, opacamente iluminada por las luces de las farolas. A lo lejos se escuchaba un sufriente bolero. Lo nuestro se acabó, y te arrepentirás, de haberle puesto fin, a un año de amor... “Alguien escucha a la Casal”, pensó.

Los callejones penumbrosos del casco viejo a la madrugada le producían la misma sensual placidez que había experimentado con el Albariño y el aguardiente... Si ahora tú te vas, pronto descubrirás, que los días son eternos...

Escuchó pasos. El taconeo apurado, femenino, le recordó el comienzo de infinidad de películas de misterio y terror, en la que la típica bruma londinense ocultaba la muerte agazapada. Los pasos se acercaban por la Travesía de Fonseca.

“Esta es la mujer que necesito”, pensó paladeando la posibilidad de terminar la noche acompañado. Mientras, Luz Casal insistía: Y de noche, y de noche, por no sentirte solo, recordarás, nuestros días felices...

Ella apareció súbitamente. Envuelta en un manto negro, sus largos cabellos rojos enmarcaban un rostro blanquecino y una mirada ardiente y prometedora detrás de un misterioso antifaz de plumas tornasoladas. Se dirigía con ágiles movimientos hacia la calle de la Trinidad en dirección a la plaza del Obradoiro. Él decidió seguirla. “Tiene los labios rojos y húmedos como la sangre”.

Tuvo que apurar el paso para alcanzar la fantasmal imagen que se perdía por los callejones umbrosos. Ella parecía conocer el camino. De pronto, desapareció detrás de un alto portal de roble. El silencio era absoluto. Él sintió que los antiguos bajorrelieves de la casona lo invitaban a pasar. Entró. La oscuridad era casi total. Al instante se encontró en un jardín con senderos de grava y plantas que apenas lograban ocultar la luz que provenía de una cúpula cuyo vértice señalaba el cielo... y entenderás en un solo momento, qué significa un año de amor...

La mujer del antifaz se encontraba en el centro de la cúpula. Erguida, con su bellísimo pelo rojo bajo la luz que entraba por el techo vidriado, parecía invocar a los dioses, mientras su boca emitía un extraño sonido parecido a un trino.

Al acercarse, él se sintió hundir en unos ojos que, enmarcados por el antifaz, prometían la eternidad. Estiró sus brazos hasta que sus dedos la acariciaron. Entonces, poco a poco, el canto se convirtió en quejido y ella, desprendiéndose del manto, permitió ver en toda su desnudez, el espléndido cuerpo de un cisne. A lo lejos, todavía se escuchaba... y entenderás en un solo momento, qué significa un año de amor.

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