Festín de amotinados (2000)

Botones

Mayte Vázquez

A mi Alfon, por todo y más



Parir. Una, dos, tres, cuatro veces, como lo hice yo. Eso es parir. Sacar trozos de carne con ojos por los bajos. Eso es parir. Como lo hice yo. Cuatro veces, así, con ayuda del botones.

Espatarrada y abierta en canal yo sólo dilato en presencia de botones vestidos de uniforme rojo y gorrito de Papa Noel. No sé, sólo me expando en presencia de imberbes botones trajeados de rojo y hebillas doradas, como Benito, el de las mejillas sonrosadas.

Voy a por el quinto y le digo a Jaime, mi marido.

—¡Fecunda, fecúndame!

Y él hace lo que tiene que hacer. Adelante y atrás, adelante y atrás, sin parar. Luego adentro y no saca, hasta que yo digo.

—¡Echa, échalo Jaimito, que lo atrapo!

—Allá va, mi vida. Mi picha es tuya, tómala.

—La tomo, la tomo y va el quinto.

—La quinta —me grita.

—El quinto —le grito— que sea niño.

—Que no, niña y quinta.

—Niño, te he dicho.

—Niña, niña, niña —se emperra mi marido.

Y así con su picha entre mis piernas y en tal discusión, lo más probable que nos salga un garabato. Y pasa lo que tiene que pasar.

—Lo tenemos —le susurro al oído a Jaime mientras atraigo su mano hacia mi tripa.

—La tenemos —grita él—, será niña.

—Niño —digo para mis adentros.

—Niña, niña —se le oye rumiar a mi marido.

El tiempo pasa. Estoy a punto. El quirófano y los médicos preparados. Pero falta algo. Benito.

—Ha huido de la ciudad —me dice mi marido.

—Búscalo —exijo a Jaime.

Y se pone a buscarlo porque sabe que yo, sin botones, no dilato.

—No lo encuentro —me comunica por el móvil.

—Pues yo no lo saco si no hay botones.

—Dirás no la sacas.

—Saco.

—Sacas, sacas, sacas —se emperra mi marido.

No dilato. Necesito un botones que sea como Benito.

—Corre, Jaime, rápido, búscalo, que no me expando —grito por el móvil en pleno paritorio.

Los médicos intentan dilatarme. No lo consiguen hasta que aparece mi esposo con un botones barbudo.

—Imberbe, imberbe —grito a Jaime.

—Que más dará, si es botones.

Lo miro. Tiene hebillas y galones dorados, uniforme y gorrito rojo. Pero hay demasiado pelo en su cara.

—Que lo rapen, si no, yo no dilato.

Jaime lo rasura mientras miro y yo mientras miro dilato. ¡Y qué me encuentro! ¡Pero si es Benito de incógnito!

—La tenemos —grita mi marido.

—Lo tenemos, y es un crío —asiento sin fuerzas.

—Cría, cría, cría —se emperra mi marido.

Al quinto lo llamamos Benita. Benita, que juega con su colita en los servicios de las niñas.

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