Festín de amotinados (2000)

Óbito

Mayte Vázquez

La felicidad: María José en La Cañada

Óbito ha muerto hoy en la clínica. Mañana volverá a la vida, eso nos han comunicado los médicos. Ellos nos han aconsejado que lo matemos un poco más, ya que eso le hará bien e incluso le fortalecerá. Así que mi esposa ha ido a por unos cuchillos a casa. Le he dicho que traiga los de la matanza, si estaban disponibles, claro. Y así lo ha hecho.

Anestesia, mi mujer, le ha asestado la primera puñalada. Qué bien lo ha hecho. Qué corte tan limpio en la yugular. Estoy orgulloso de ella. A mí me ha tocado el segundo tajo. Me lanzo al punto neurálgico, el corazón. Una hendidura perfecta.

Al cabo de un rato el doctor ha entrado en la habitación y ha visto nuestra labor.

—No hay duda de que lo queréis mucho —nos ha dicho con ojos humedecidos.

Mañana es hoy y estamos en espera de que Óbito regrese a la vida. Esperamos su llegada emocionados, sabiendo que por nosotros no ha quedado.

—Está recuperando las pulsaciones —ha dicho el doctor tomándole de la muñeca.

—Óbito, Óbito —decimos Anestesia y yo ilusionados—, estamos a tu lado.

Óbito ha vuelto a vivir en la mañana de hoy. Qué bien se le ve. Intenta decirnos algo pero no puede. Qué pena. Siempre fue un gran hablador. Me acuerdo cuando nos tenía a Anestesia y a mí, horas, horas y horas de escucha interminable. Se toca el corazón. Qué pena. No siente nada. Ni siquiera puede odiarnos. Me acuerdo lo bien que Óbito detestaba a aquellos que le hacían jugarretas.

—Óbito, Óbito, te encuentro fenomenal —digo satisfecho.

—Óbito, Óbito —dice mi Anestesia—, te queremos vivo.

Haz clic aquí para imprimir este relato

Ir al siguiente cuento

Volver al índice del libro