Festín de amotinados (2000) |
Pérdidas |
Carmen Cacho Ordax |
Tengo cincuenta años y una sensación constante de mareo. Mi psicoanalista dice que este malestar es porque no he superado la pérdida de Lola, mi mujer. Mi amigo Pepe, que he mamado más de un pecho que de otro. Yo no sé qué pensar.
La verdad es que era bonito. ¿Quién se resiste a una seducción tan persistente como la gota de un grifo mal cerrado? Era halagador, diferente. Me pilló desprevenido. A las mujeres siempre las había cortejado yo. Me dejé llevar. Vive el momento dijo Valeria. No pienses. Y no pensé. Tú eres lo que he estado buscando toda mi vida. El mundo se acabará si me dejas decía Valeria en mis momentos de duda. Pensarán ustedes que un hombre de mi edad podría haber caído en que no era Dios para terminar, así, de repente, con el mundo de nadie. Pero no caí. Ya entonces me sentía mareado. Ella no dejaba de llamarme por teléfono a la oficina, a casa, a cualquier hora. Pecho lobo me decía Valeria en la habitación del hostal. Y yo me hinchaba como un pavo. Lola, mi mujer, se dio cuenta enseguida. Soy un hombre de hábitos regulares y a ella nunca le he podido mentir. Hubo lágrimas y mucha tensión cuando saqué de casa mis cosas y me instalé a cuatro calles del piso en el que Valeria había empezado a vivir su propia separación. Todo resultó raro desde el principio. No acabábamos de encajar a la luz del día y sin teléfonos. Ahora, cuando nos vemos, no puedo soportar sus cambios de humor. Si me acerco, llora la pérdida de su marido y de sus hijos. Si me alejo, corre tras de mí pero sigue llorando. La pérdida, no han superado ustedes la pérdida repite mi psicoanalista. De un pecho más que de otro. Te lo digo yo mi amigo Pepe. Y yo no lo entiendo. Valeria no para de fumar y de hablar por teléfono con alguien distinto a mí o llora las fotos de su pasado. Mientras, yo observo las mías en la soledad de mi apartamento con esa constante sensación de mareo. |
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