Festín de amotinados (2000)

Laura.com

La O Guillén

Lo mejor que podía pasarme era tener un amigo en Internet. En casa sólo se dirigen a mí para regañarme

—¡Laura, tus zapatillas! ¡Recoge tus zapatillas inmediatamente!

Y yo, es que no lo entiendo... ¿Por qué no podré dejarlas en el salón como es lógico? Si llego sobada del autobús, cansada del cole y con unos cuantos moratones. Lo normal es llegar a casa, enchufar la tele, quitarme los zapatos y pasar la tarde sopa viendo los Simpson. Pero no, en seguida aparece la histérica de mi madre amargándome la vida y empieza a preguntarme por los deberes. Menuda indirecta. Si sólo fuera eso, porque luego empieza con la dichosa manía de la persuasión, y es cuando ya de verdad se pone plomo. No para hasta que lo consigue.

Y no quiero hablar de mi hermana. ¡Jo, qué pasada de tía! Como es dos años mayor que yo, todo le sale bien. Mis padres no paran de hacerle caso y tiene un vocabulario de lo más fuerte: amuelar, flipar, sobre, legal. El otro día dijo muy seria: “Esta tarde voy a tomármela de reflexión”. La llamó Jaime. Se fue a las cuatro y volvió a las once. Y eso que era su tarde reflexiva. Y luego, mientras cenábamos, salió un grupo en la tele y dijo: “Eso que suena es música popero chachi chuli de rock alternativo”. No entendimos nada, pero nos quedamos de piedra. Yo, en el fondo, y si no fuera por la manía que le tengo, la admiro.

Lo peor fue cuando me cargué la escultura que había encima del piano. Algo inútil, pensaba yo. Tres hierros retorcidos que según mi padre eran un magnífico pájaro. Al abrir la tapa del piano, para ver lo que había dentro, resbaló y cayó al suelo rompiéndose lo que debían ser las patas del pájaro, más o menos.

Lo recompuse como pude y lo dejé en un equilibrio inestable confiando en que le echarían las culpas a Felisa. No veas, se pasó mi madre tres días convencida de que era un detective haciendo preguntas a todo el mundo, observando la figura desde distintos ángulos, examinando el piano a ver si tenía señales, y luego... todo el día cavilando. Por poco no echan a Felisa, ¡con lo mal que me cae! Está tan gorda que menudos atascos arma por el pasillo. Como siga engordando un día se queda anclada y eso sí que sería un farde. Los que quedáramos del lado de los dormitorios nos tendríamos que quedar el resto de la vida durmiendo y sin poder ir al cole. O por lo menos hasta que la desatrancaran.

Al final se descubrió el pastel: Que la del pájaro había sido yo, y que además, estaba examinando el piano por dentro, que eso es algo que sólo debe hacer el afinador; que las zapatillas estaban en medio del salón; que la cuenta de Internet va por las nubes; y que encima me dejo siempre encendido el ordenador. ¡Ah!, y para colmo siempre le contesto mal a mi madre. Menudo coñazo, si no fuera por mi amigo el de Internet, me abría de aquí ahora mismo.

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