Festín de amotinados (2000) |
El acordeón |
Mª Encarnación Jaca Uriarte |
Cierto día, como solía ser habitual en él, Txomin se levantó de la cama con una idea fija en la cabeza: que su hijo menor, Iker, aprendiera a tocar el acordeón.
Desde esa mañana, cada vez que la familia se reunía alrededor de la mesa a las horas de las comidas, Txomin intentaba convencer al hijo para que acudiera a la escuela de música y tomara lecciones del instrumento. Iker no pareció mostrar mucho interés ante la nueva iniciativa del padre, así que siempre procuraba eludir la conversación. Pero Txomin era muy obstinado y no se rendía con facilidad, y aprovechaba cualquier ocasión intentando conseguir la respuesta afirmativa del hijo. Dados los numerosos intentos fallidos para persuadir a Iker, Txomin se presentó un día en casa con un acordeón. Ante el empeño del padre, Iker se vio obligado a acceder a sus deseos y, muy a su pesar, se comprometió a realizar un curso a distancia y tocar en casa durante una hora por las tardes. A partir de aquel momento, Txomin era un hombre feliz. Todos los días, desde el pequeño jardín situado en la parte trasera de la casa, mientras segaba la hierba o podaba los arbustos, escuchaba la agradable y dulce melodía que, fluyendo mansamente a través de la ventana de la habitación de su hijo, le deleitaba los oídos. Por las noches manifestaba a su esposa lo orgulloso que se sentía por lo rápido que aprendía Iker, y felicitaba a éste de las maravillosas dotes que poseía para la interpretación. Aunque Iker había puesto como condición que nadie le molestara, mientras estuviera en el dormitorio concentrando tocando el instrumento, una tarde, Txomin, tras cortarse en el dedo, entró en la vivienda y, sin previo aviso, abrió la puerta del cuarto de su hijo. Cual no sería su sorpresa cuando descubrió a Iker tumbado encima de la cama leyendo un cómic, vio el preciado acordeón descansando sobre la silla y comprobó que la extraordinaria pieza que escuchaba provenía del radiocasete. |
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