Festín de amotinados (2000)

Track

Fernando Jiménez Suárez

En su gran cama de bronce, junto a su marido, y bajo la seña de un crucifijo colgado con cierta ostentación lujosa en la pared, Rosa se quedó dormida. Todo dormía en la casa. No; alguien estaba sin dormir. El muñeco de trapo. Todas las noches sucedía lo mismo. Track esperaba a que se cerraran los párpados de su dueña para comenzar a abrirlos él. Era algo instantáneo: Rosa se dormía; Track se despertaba. Se desperezaba estirando sus bracitos de tela rellenos de algodón y, de un gimnástico salto, se ponía en pie. ¡Qué largo e inmóvil había sido aquel día! Tenía todo el cuerpo apelmazado, aplastado. ¡Hasta se le habían sentado encima! ¡Esa manía de Rosa de ponerlo como un cojín más en una esquina del sillón! Y con el calor que había hecho aquel seis de julio. Cuatro saltitos y estaría esponjoso y en forma: Uno, dos, tres y... al cuarto salto se situó sobre la cama matrimonial empezando a caminar dificultosamente sobre los bultos humanos y las ondulaciones de la colcha hasta llegar al embozo. Allí se detuvo, miró atentamente el rostro surcado de arrugas del hombre, con su respiración cavernosa y silbante que hacía tambalear el ligero cuerpo del muñeco y, después de comprobar que estaba profundamente dormido, pasó a contemplar el rostro de su adorada dueña: terso y sonriente, con una expresión tan complaciente que era fácil imaginar un bello sueño poblando aquel cerebro en poder de Morfeo... Un agradable vientecillo entraba por la ventana abierta y una gran luna llena iluminaba tenuemente la estancia descubriendo al pelele en su aventura nocturna. Muy sigilosamente, se metió bajo las sábanas y se colocó entre ambos cuerpos. Estaban desnudos. Un movimiento del hombre lo dejó aplastado contra su sudoroso y peludo pecho. ¡Se iba a ahogar! Tenía que salir de allí inmediatamente. ¡Uf! Menos mal que Matías no era excesivamente grueso. Ya estaba libre. Ahora se acercaría a Rosa, su dueña, su amor. ¡Qué piel más suave tenía! No era una joven esquelética al uso: tenía las carnes prietas y las grasas justas, como las Venus griegas y... ¡Tan rica! Empezaría, como todas las noches, acariciando aquellos turgentes pechos ¡Tan redondos! ¡Tan firmes! Ella, llegado ese momento, como si fuera consciente de lo que estaba sucediendo, se ponía boca arriba y el niño de trapo retozaba entre aquellos enormes y cálidos globos utilizándolos de almohada. El mullido e improvisado jergón, acompañado de la suave y rítmica respiración de Rosa invitaban al sueño pero... ¡stop! Había que continuar con la exploración de aquel hermoso y conocido cuerpo ¡Qué calor! ¡Si pudiera quitar la sábana de encima! La joven, como un autómata, movió su brazo derecho apartando la blanca cobertura. A la tenue luz de la luna la hembra de formas redondeadas, tenía un matiz marfileño. Tras unos momentos de éxtasis contemplativo Track siguió jugando con aquella piel cálida y fresca a un mismo tiempo. ¡Cómo le gustaba aquel divertimento de los humanos! Tenía ahora metido su pulgar en el hueco del ombligo y ¡qué curiosa reacción producía siempre en Rosa! Como si una corriente eléctrica la traspasara, se estremecía de arriba abajo. Jadeaba suavemente y un ligero sudor iba recubriendo la fina piel y humedeciendo a Track que comenzó a resbalar, sin tener donde asirse. La mujer, maquinalmente, dobló las piernas recibiendo en su regazo al muñeco. El vello sedoso y rizado de aquel sexo femenino rozando sus manecitas de tela recordó al juguete que había llegado al final de su excursión nocturna. Dolor y placer se juntaban en este último acto de Track. Aquellas noches ya lejanas en que, desde su sillón, observaba en silencio cómo Matías y Rosa hacían el amor, él se había fijado en aquel apéndice que el hombre poseía y con el que la joven jugueteaba antes de acoplarlo en su sexo, pero... ¿Dónde estaba el suyo? Mientras se hacía la pregunta iba introduciendo sus manos sin dedos, salvo el pulgar, en aquella abertura, lo que provocaba nuevos jadeos, ahora más convulsionados, acompañados de gemidos perfectamente audibles. Matías hizo un movimiento brusco y Track, escabulléndose de entre las piernas femeninas, se dejó caer hasta el suelo.

—¡Rosa, Rosa! ¡Despierta! —Matías cacheteaba suavemente a su mujer mientras le hablaba al oído—. ¡Estás soñando otra vez y te quejas! ¡No sé qué pesadillas más raras tienes últimamente que lanzas unos gemidos extraños!

La joven esposa abrió los ojos muy despacio y al ver a su marido observándola exclamó sobresaltada:

—¡Qué pasa, qué pasa!

Vio su cuerpo desnudo sobre la cama e, instintivamente, se cubrió con la sábana. Miró hacia el sillón y sobre él, apoyado en uno de los brazos, el muñeco de trapo parecía sonreír maliciosamente.

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