Festín de amotinados (2000)

La Farola

Mª Carmen de Lamo

Es viernes y ha estas alturas ya estoy hecha polvo. El cansancio acumulado de la semana se junta con el habitual que vengo arrastrando desde hace tanto tiempo y entre los dos siento que me aplastan. Mientras me levanto de la cama, trato de ordenar mi mente. Es inútil, es tal el cúmulo de cosas programadas y tantas las que están pendientes que se me forma una madeja en el cerebro. Suena el teléfono y repentinamente me acuerdo de mi padre. ¿Cuánto hace que no voy a verle? ¿Una semana, un mes, un año? Cuando voy a descolgarlo, cortan. Mejor. Será un equivocado. Voy al baño, y mientras me ducho pienso en la reunión que tendrá lugar dentro de una hora escasa. Presentación de nuevos consejeros. La movida consiguiente y otra vez hacer méritos. Me seco y pienso si por fin será esta la ocasión de mi nombramiento como Directora de Sistemas. Hay muchos indicios que me hacen ver que sí. Si no fuera por el inepto pelota de Hernández, tendría casi la seguridad. Tanto me altera este pensamiento que el frasco de colonia se me escapa de las manos cayendo estrepitosamente. ¡Tenía razón mi padre cuando de pequeña me llamaba manazas! Se hace tarde. Cojo el portafolios y salgo. ¡Cuánto tarda el ascensor!, pienso en la escalera mientras me abotono el chaquetón. Bajo al garaje, y al subir al coche me doy cuenta que no he desayunado. No hay tiempo para subir, así que arranco. Subo la rampa. El perro de un vecino cruza por delante. ¡Imprudente! Su amo, que va detrás, me reconoce y casi se me arroja al coche: “¿Y tu padre, cómo está?“ Le saludo levantando la mano y hago como que no le oigo. ¡Vaya horas de hacer preguntitas! Además, ¡yo qué sé! ¡Si apenas tengo tiempo ni siquiera para telefonear! Continuo, y a pesar del tráfico, de una tacada llego a la Plaza de Castilla. Como siempre, el semáforo está en rojo. ¡Con la prisa que tengo! A este paso seguro que llego tarde a la reunión, y la de hoy es importante. Claro que, ¡cuándo no lo es! Estoy pensando en el orden de las intervenciones cuando oigo que un puño esta tocando en el cristal de la ventanilla izquierda. Es el mismo viejo loco de todas las mañanas ofreciendo “La Farola”. Como siempre, pendiente del semáforo, apenas le miro. Aparece la luz verde, acelero. ¡Por fin llego a la oficina!, ¡y a tiempo! Enfilo el portón y mientras aparco en el reservado de los directivos, algo bloquea mi mente y me hace frenar en seco. He reconocido a mi padre. Es el viejo loco de “La Farola”. De repente, la reunión pierde toda su importancia. Un sudor frío me invade la frente y un temblor me recorre todo el cuerpo. Siento como si llevara muerta mucho tiempo.

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