Festín de amotinados (2000) |
Puede que nunca te lo diga |
Marisa Mañana |
No tienes ni idea de lo que me pasa por dentro. Sólo con imaginarte a mi lado se me enciende el cuerpo y se me evaporan los malos espíritus. Estás conmigo, tienes que estarlo. Me chupo el dedo, me lo meto en el coño y con un espasmo se me tensa el cuerpo. Busco ese punto que me abre una puerta al infinito, como un viaje por el tiempo. Teletransportación. Puedo olerte, oírte, sentirse. A cada ademán de mis maravillosos dedos le sigue el bailoteo de tu palma cerrada. Estamos sincronizados en la distancia. Si vuelvo la cabeza hacia mi derecha puedo verte a mi lado, aunque no lo estés. Me miras sin dejar de tocarte. Por un momento vemos más allá de nosotros mismos. No nos miramos, sino que vemos a través del ojo del otro cómo satisfacemos nuestra ansia. Mi dedo sigue imparable y en ascenso, y sé que en este preciso instante piensas en mis agujeros y en mi piel, y de creérmelo ahogo un gemido y me corro con tus ojos en los míos. ¡Ay, tus grandes manos! Me cuesta creer que nos comunicamos telepáticamente. No es posible que piense en ti y me encuentre como si estuviera contigo. No es posible que pueda verte, oírte, olerte. Entonces mi boca y mi piel me abandonan en la teletransportación. Eso hace que me dé cuenta de que estoy con la luz apagada y con tu cuerpo a 16 kilómetros del mío. ¡No puede ser! ¡Pero si hace un momento! El corazón se me mete en un puño. Suspiro, después me burlo de mi estado de trance porque huyo de las ñoñerías y justo ahora me parezco a Julieta agonizando. Porque anhelo tu cuerpo, tu voz, tu cercanía; porque sin ti vivo, pero mal. Me es más fácil pensar que me comunico contigo telepáticamente que admitir que mi imaginación es muy fructífera, y que ella y mi deseo hacia ti son los que hacen que crea que me cambie el color de los ojos cuando me río o cuando recuerdo aquella vez que me miraste bajo el agua. Pocos, escasísimos los momentos en que la lucidez me ciega y me digo que no te gusto, o que si te gusto no es lo suficiente como para que quieras salir o follar conmigo. Luego pienso que sí te gusto, pero que acabas de salir de una relación y te quedaste sin ganas para tener otra. Todo esto son cábalas que yo me hago para acabar por donde empiezo, la pescadilla que se muerde la cola. Quisiera llorar, eso indicaría que hay dolor.
El dolor se supera y las penas acaban olvidándose, pero no lloro. Lo peor (o lo mejor) de todo es que hasta cuando estoy deprimida, masturbarme pensando en ti me cura. Esto es la bomba, y tú tendrás la culpa de la explosión. Bueno, mi querido animal de compañía, me gustaría despedirme de ti para siempre, aunque puede que mañana piense lo contrario. Nos llevamos de puta madre, y estoy completamente segura de que congeniaríamos en la cama. Esta certeza es tan fuerte que si no puedo follar contigo, si no puedo despertarme algunas mañanas y que lo primero que toque sea tu cuerpo, si no puedo pedirte que duermas conmigo cuando me siento triste y oscura, si no puedo oír de tus labios que te mueres si no me tienes, entonces, sin nada de eso no quiero ser tu amiga. No es chantaje emocional. Es sencillamente que no sé. En realidad, el domingo pasado cuando viniste a mi casa a ver mis dibujos, pensé que estar sentados en mi cama propiciaría al menos un beso. Me habría dejado engañar si los dibujos hubieran sido una excusa para meterme mano. Y me habría dejado follar si te hubieras excusado diciendo que no podías más, que tenías que hacerlo. No dudo que alguna vez hayas fantaseado conmigo o sólo con mi cuerpo, bueno, tú mismo me lo confesaste sin querer. Seguro que algunas noches yo he recibido tus vibraciones mientras yo también me masturbaba. Pero tu onanismo confesado, lo atractiva que te resulto o nuestra supuesta empatía química no me dejan nada sólido si tengo en cuenta el hecho de que en todo un largo año no ha ocurrido absolutamente nada entre nuestros cuerpos. No sé si te acojonó lo mal que acabó tu relación con ella, o el puto curro, o la perra vida, o si es que siempre has tenido claro que seducirme contra mi voluntad era parte del juego en sí mismo, y el fin, atraparme. Te envidio si ya tenías claro desde el principio lo de estegatopersigueratónsincomérselodeltodo, porque a cada paso que dabas, y que daba yo, iba perdiendo el sentido de la realidad gris, viéndolo todo, en cambio, de color chicle de fresa. ¿Qué se siente al tener a una persona en tu poder? Supongo que en el fondo me daba la gana enredarme entre tus pestañas espesas. Recuerdo que una vez me confesaste que al acostarte con alguna mujer sin tener una relación estable te habías sentido usado. Sí. Pensé que era la tuya una actitud de mujer, una afirmación demasiado atípica para ser la declaración de un hombre. O no me lo creía o claudicaba ante una especie de hombre en extinción. Tú y tus confesiones. A veces rayas lo sublime, pero yo lo que quiero es usarte, usarte para siempre. Puede que si lo haga te pierda, o me dé cuenta de que no te he tenido nunca. A lo mejor soy una calientapollas a la inversa. Caliento un solo coño, el mío, regodeándome en mis fantasías contigo. Quisiera decirte adiós para siempre, pero una parte de mí, testaruda, se resiste a prescindir de ti. Será porque tú atiborras mis fantasías. Eres la gota que colma la estampida de mis hormonas. Ayer quise despedirme de ti corriéndome cincuenta veces, evocándote como en algunas ocasiones en que te imagino tan real que te huelo, te veo y te toco. Saber que desde que lo dejaste con ella hace unos meses me hace estremecer de placer. Me conformaría con que al despedirme de ti masturbándome arrancara tu huella para siempre de mi coco y de mi coño, para que nunca, en ningún futuro, se me velen los ojos o me flaqueen las rodillas cuando te presienta cerca. No olerte, ni verte, ni sentirle. Desear las palabras siempre o nunca es como desear un ultimátum. Podría sincerarme contigo y arrancarte una sola sílaba como respuesta a mi proposición caliente sin explicaciones. ¿Te atreverías a negárteme? Puede. ¿Lo soportaría? No tendría más remedio. Las explicaciones sólo vendrían después de haberte probado tantas veces que me pregunte por qué tardamos tanto en unirnos. Aunque siga viéndote, oliéndote, oyéndote, tus alas se me van escapando, y tu visión en mis sueños va perdiendo intensidad. Te me escurres tantas veces que me mosqueo al recordar que no haces más que mostrar tu naturaleza una y otra vez. Nunca lo he intentado con un pez, pero si tratara de agarrar uno así, con las manos, lo más fácil es que se me escapase. Y aunque pudiera encarcelarlo en la pecera más grande que haya existido, ésta jamás será comparable a la libertad de un río, un mar o un océano. Lo siento, mi querido pez. No sé de qué otro modo capturarte. Detesto la pesca, y además cualquier intento de enamorarte me parece insuficiente. De momento sólo se me ocurren el acoso y el derribo. Pero, claro, admitir de momento es simular otro intento, alimentar une esperanza imposible. ¿Quién dijo que la esperanza es lo último que se pierde? Y tú y yo no queremos más desilusiones, ¿verdad que no? Mi querido y amado pez, grande como un oso y escurridizo como el mercurio. Quizá me quede alguna venda por quitar. Quizá mis manos no quieren hacer tal esfuerzo. Quizá es mi cerebro quien no manda la orden. Quizá esta pescadilla que se muerde la cola es una ilusión y estoy padeciendo un brote psicótico en grado sumo. A lo mejor mañana despierto diciendo: ¿Cómo? ¿Ha sido un largo sueño?. Quizá. Pero todo esto pensaba anteayer y esta madrugada te colaste en mi fantasía con otro, lo apartaste de mi lado y te pusiste tú en su lugar mojándome, deshaciéndome. No pude dirigir mi fantasía mientras te olía y te sentía. Mis manos se movían solas, y me acariciaban, y los dedos se me metían en el coño, húmedo de tu casi presencia. Y aunque ya no quiero creer en la telepatía te sentí tan cerca que podía tocarte, chuparte. Lo pienso y te odio, pero no hay mal (ni bien, si esto es alguna de las dos cosas) que cien años dure, y el tiempo me dará la razón o me la quitará, y algún día me desharé del poder caprichoso que tienes sobre mis hormonas como quien se quita un abrigo que consistiera en un animal muerto, destripado y abierto en dos. |
Haz clic aquí para imprimir este relato
|