Festín de amotinados (2000) |
Gusanos |
Dori Martínez Monroy |
Me desperté sobresaltado. Sudando. Me incorporé en la cama. Instintivamente me llevé la mano a la rodilla. Estaba bien. Suspiré aliviado. Poco a poco fui volviendo a la realidad. Acababa de tener una pesadilla. Parecía tan real. Tanto que volví a tocar mi rodilla. La miré. Está bien, me dije. Volví a tumbarme. En el sueño me despertaba y veía mi rodilla derecha llena de un líquido rojizo, de sangre disuelta con agua, y nadando en ella estaban aquellos gusanos. Los veía a través de la piel nadando en aquel líquido acuoso, gusanos blancos y gordos como larvas. También por mi mano corría uno de esos gusanos. Era pequeño y corría abriendo un surco en mi mano derecha. Se transparentaba. Yo lo aplastaba. Se paraba, pero enseguida volvía a moverse, a correr. Volví a aplastarlo. En el sueño pensaba si los gusanos se propagarían por mi cuerpo, a través de la sangre. Entonces fue cuando me desperté. Sentí un escalofrío. Aún sentía los gusanos en mi rodilla como en el sueño. Suspiré aliviado. Reí. Sólo era un sueño. Qué ocurrencia, gusanos que se propagan por el cuerpo. Los sueños. Sonreí. No tiene sentido. Miré el reloj. Eran las diez. No sabía en qué día estaba. Miré el calendario de la mesilla. Martes. Pensé qué hacer. Decidí levantarme y tomar un café. El sueño me había dejado un sabor amargo en la boca. Me incorporé en la cama. Busqué las zapatillas, aparté algunos libros del suelo y miré debajo de la ropa sucia, pero no aparecieron. Me dirigí descalzo a la cocina. Cogí la cafetera. Había restos de comida y cacharros amontonados por la pila y por todas partes. Me dije que un día de estos los recogería, pero me sentía cansado. Me temblaban las rodillas. Preparé café y me senté a esperar a que se hiciera. En la mesa había papeles amontonados. Cogí uno de ellos. Tenía restos de grasa. Era mi carta de despido. La firmaba el director de la empresa. Un auténtico gusano. Leí: Estimado Sr. Jiménez. Pensé cómo se podía decir estimado a alguien a quien se iba a despedir. El resto ya lo conocía. Me daban las gracias por los servicios prestados, pero me mandaban a la calle. Según ellos me hacían un favor. Al parecer mis servicios estaban desperdiciándose en esta empresa y tenía que buscarme algo más acorde con mis necesidades. Yo creía que eso era algo que tenía que decidir yo. Pero parece que ahora las cosas no eran así. Ahora te despedían para hacerte un favor. Yo se lo había agradecido llevándome la cartera de clientes. La tenía delante de mí, encima de la mesa de la cocina. El subdirector llevaba días llamándome, me había dejado varios mensajes en el contestador rogándome que se la llevara. No pensaba ir. Ni siquiera pensaba recoger los papeles para el paro. Ya encontraría algo, me dije. La cafetera silbó. Me serví un café. En el pasillo sonó el teléfono. Saltó el contestador. Otro mensaje. Esta vez era Laura. Sé que estas ahí. Hablaba enfadada. Le habían dicho que estaba sin trabajo. Me hizo gracia, parecía preocupada. Guardó silencio un instante, después volvió a lo de siempre. Decía que estaba cansada de esperar la mensualidad de los niños. Que hacía meses que no se la pagaba y que el juez iba a hacerme un requerimiento. Que los niños empezaban a decir que no tenían padre. Insistió en que cogiera el teléfono, pero como no lo hice colgó.
Me serví otro café. No se me ocurrió nada mejor que hacer. Miré al suelo. A mi derecha la basura se amontonaba. Fijé la vista. Vi que algo se movía. Me acerqué más. Vi cientos de gusanos. No recordaba la última vez que había tirado la basura. Hacía tiempo. Los gusanos se habían reproducido por miles y estaban allí revolcándose en la basura. Sentí asco pero no podía dejar de mirar como se revolvían. Cogí la carta de despido y la puse encima. Algunos gusanos treparon por ella. Me quedé mirándolos un rato. Vi como unos cuantos se arrastraban sobre mi nombre. |
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