Festín de amotinados (2000) |
Oscuridad |
Germán Bayón |
Qué serio estás, papá. ¿No te alegras de haber venido? El hombre, que miraba al mar, volvió la vista hacia su hija y sonrió levemente. ¿No te alegras de haber venido? insistió ella. Fíjate qué mar, qué playa, qué día. Sabes que tengo mucho que hacer, Marta dijo el padre con tono cansado. Y tú sabes que dentro de tres semanas me voy. Sí, Marta, pero yo tengo que hacer. Bueno, así el lunes lo harás mejor. Anda, vive un poco, hombre. Marta dio un rápido beso a su padre. Sergio, su marido, caminaba unos pasos delante por la arena húmeda y compacta de la playa. Marta se colocó detrás de Sergio y fue poniendo sus pies sobre las huellas enormes de su marido. Poco a poco él alargó sus pasos, y ella también. Él los alargó más y cada paso de Marta se convirtió en un salto. Los dos jóvenes reían a medida que sus pasos se alargaban. Sergio dio una rápida mirada de reojo hacia atrás y dio una zancada imposible. Marta dio un salto y se agarró a su cintura. Los dos rieron abrazados. El padre arrancó su mirada de los jóvenes. Presintió la silueta de la mujer que caminaba unos pasos detrás de ellos y se volvió rápidamente hacia el mar. Ya no apartó la mirada del horizonte azul hasta el final de la playa. Unas escaleras excavadas en el acantilado ascendían hasta el paseo. El padre subió antes que los otros y se detuvo apoyado en la barandilla de cemento. La mujer y Sergio subían despacio por la escalera de piedra, conversando. El hombre dejó perderse su mirada en el mar. Marta le abrazó por detrás. ¿Qué te pasa, papá? ¿En qué piensas? Pensaba que sería bueno confundirse con ese color azul. ¿Por qué dices eso tan raro? ¿Por qué estás tan serio? ¿Estoy serio? Sí. ¿Qué te pasa? Será
que tengo preocupaciones. ¿Y qué preocupaciones tienes en un día como éste? Pues tus hermanos, por ejemplo. Pero papá, no me lo creo. Ellos ya son mayorcitos, no debes preocuparte por ellos. ¿Por qué no vas y hablas con mamá? Vale, vale, Marta. Ojalá tengas razón. Mira, creo que te llama Sergio. El paseo marítimo casi rodeaba la ciudad. Sobre la ría, el aire de diciembre era claro y frío y la otra orilla parecía cercana. Los veleros en el agua daban calma a la tarde. El padre se adelantó al grupo y se sentó en un noray del muelle, de cara al mar. Marta se apoyó en su hombro. ¿Qué te pasa, papá? Ya sé. ¿Te cuento mis propósitos para el año nuevo? Venga, dime. Lo primero, llevarme mejor con mi suegra. Muy bien. Me parece muy bien. Pero no va a ser fácil, no creas. Bueno, tú inténtalo. ¿Qué más? Hacer amigos, o recuperar los que tenía. He estado muy ocupada últimamente, siento que los estoy perdiendo y no me gusta nada. También me parece estupendo. Ojalá te salgan bien tus planes. Vale, papá. ¿Y tú? Aún no lo sé. Oye, ¿qué tal si me cuentas entre tus nuevos amigos? Pero ya lo somos, ¿no? Sí, pero más amigos. Creo que podemos aprender mucho uno del otro. Pero papá, si nunca me escribes. Tienes razón, Marta. Mira, ahí tengo un propósito para el año nuevo. La mujer y Sergio llegaron a su altura y los cuatro siguieron caminando por el muelle. Empezaba a atardecer, el aire se hizo más frío y húmedo y el agua se llenó de reflejos dorados. Entre los colores del agua y el frío se prolongó el silencio. Llegaron al centro de la ciudad. El padre se detuvo ante la catedral iluminada. Marta se paró frente a él y le miró fijamente. Papá, ¿volverías a casarte con mamá? El padre la miró con calma ¿Y eso? preguntó. Sí, estás muy serio. No has hablado con mamá en toda la tarde. ¿Qué os pasa? ¿Que qué nos pasa? Sí. Venga, dime: ¿te volverías a casar con mamá? Marta, yo
yo me casaría contigo. Pero entonces no había nadie como tú. Marta se rió y abrazó a su padre. Jo, cómo eres, siempre te escabulles. En serio, papá, tenéis que hablar más. ¿Como Sergio y tú? Sí, nosotros lo hablamos todo. No coincidimos en muchas cosas, claro, pero lo hablamos todo. Eso está muy bien. Pero es que vosotros no os comunicáis nada. Tienes mucha razón. En eso nos ganáis. ¿Y por qué no te propones comunicar más en el año nuevo? Si tú me lo pides
No, papá, porque te lo pido yo, no. Porque debe ser así. Mamá está muy triste. Vale, Marta, vale. El padre se dirigió hacia el puerto y los demás le siguieron unos pasos detrás. Cuando llegaron era de noche. El azul de la tarde se había vuelto oscuro y frío, y las luces del paseo marítimo colgaban en él como pequeñas esferas borrosas. Desde la punta del espigón, el faro lanzaba al espacio tímidos puñales de luz. El resto era oscuridad. |
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