Festín de amotinados (2000)

La princesa y el contable

Guillermo Muñoz

A Silvia


Laura y Gregorio entraron riendo a casa tras haber bailado hasta las tantas en la fiesta de carnaval. Laura llegó vestida de princesa y Gregorio de contable. Estaban algo bebidos y Gregorio, quitándose los zapatos, observó a Laura de reojo por la puerta entreabierta del baño. Tenía ganas de estrujarla, de besarla y, sobre todo, de hacer el amor con ella. Pero Laura regresó del baño y se metió en la cama con otra cara. Cuando Gregorio intentó acariciarla, ella le dijo:

—Quita, contable.

Gregorio le rió la gracia y volvió a intentarlo. Fue entonces cuando Laura, dándose la vuelta, le dijo:

—Quita, que eres un mezquino.

Gregorio no entendía nada. La noche había ido sobre ruedas y no entendía las bromas de Laura, por lo que volvió a intentarlo.

—Quita, contable despreciable —repitió Laura dándole la espalda.

A Gregorio aquel comportamiento le sorprendió, no era normal, y estrujando su cuerpo contra el de ella le preguntó:

—¿Estás enfadada por algo, princesa?

Laura lo apartó entonces de un manotazo y le contestó:

—Me has dejado en ridículo, Gregorio. Todo el mundo disfrazado y tú con el mismo traje de contable de todos los días.

Al oír esto Gregorio se quedó helado, pero aún tuvo esperanzas de que aquello fuera una broma. Entonces Gregorio se acercó de nuevo a Laura e intentó acariciarla con más suavidad si cabe. Pero Laura no se inmutó, giró la cabeza y dijo:

—Eres un hombre despreciable, ruin, mezquino, filibustero y facineroso, todo a la vez.

Definitivamente aquello sólo podía ser una broma y Gregorio se echó a reír mientras repetía en voz baja lo que Laura le había dicho. “Eres un hombre despreciable, ruin, mezquino, filibustero y facineroso, todo a la vez”, se dijo, y se acercó de nuevo a Laura para darle un pellizco por detrás.

—¡Quita, que me das asco! —gritó Laura mientras le propinaba una patada.

Aquello era demasiado. Gregorio no podía creerlo y harto de Laura se levantó para ir al baño. Y cual fue su sorpresa al descubrir, no sin rubor, que Laura tenía razón. Allí mismo, frente al espejo, pudo contemplar con toda claridad el rostro de un hombre despreciable, ruin, mezquino, filibustero y facineroso, todo a la vez. Entonces Gregorio salió huyendo del baño y cuando volvió a la cama le dijo a Laura:

—Oye, Laura.

—Qué.

—Que tenías razón. Lo he visto.

En aquel momento se hizo un largo silencio, hasta que Laura suspiró.

—Ya te lo decía yo, cariño —dijo dándose la vuelta para hacer el amor.

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