Festín de amotinados (2000) |
Oiga, ¿tienen camas? |
Carmen Narbarte |
Domingo: Mañana operan del corazón a tía Ángela. Mientras me afeito llaman al timbre. Nos reunimos los siete sobrinos en mi casa. Cuatro de mis hermanos no tienen ni un minuto (se sobreentiende para tía Ángela). Disponibles para la movida hospitalaria de tía Ángela seremos tres: Luis, Ramón y yo. Se agota la caja de cervezas que he comprado. Corre la alegría de vernos todos los hermanos juntos desde hace mucho tiempo. Se me queda la casa hecha un asco.
Lunes: Ocho de la mañana. Suben al quirófano a tía Ángela. Entre cafés y cañas en la cafetería, Ramón, Luis y yo, andamos por los pasillos dando vueltas como hienas. Descubrimos un descansillo de acceso a un office, fuera de servicio. El office tiene los ventanales grandes y abiertos a un patio. A pesar de la brisa primaveral, que entra por las ventanas, huele a tabaco que te mueres. Ya sabemos algo interesante: ¡Dónde se puede fumar! Al mediodía meten a tía Ángela en la UCI para la recuperación post-operatoria. Los tres hermanos seguimos alternando la cafetería con los pasillos. Ramón y yo nos damos cuenta de que la estancia de varios días va a ser dura. El olor a desinfección y medicinas es mareante. A las nueve de la noche bajan tía Ángela de la UCI a la habitación. Antes de eso, los sobrinos aprovechamos para cenar unos bocadillos y unas cervezas. Nos jugamos a los chinos la primera noche de cuidados de la tía. No me gusta mucho la idea, pero acepto. Pierdo, como siempre. Son las diez de la noche. Apenas ha pasado una hora y creo que llevo toda la vida en este sillón plastificado, al lado de la cama de tía Ángela. Ella está totalmente entubada. El único entretenimiento para mí es ver la gotita que cae desde la bolsa transparente del suero. Me voy cinco minutos a fumar un cigarro a los ventanales del office: ¡Qué fatalidad, tengo el paquete vacío! Menos mal que varios enfermos, asiduos al office, me ofrecen un pitillo. Todavía no les han operado y ellos tampoco pueden dormir. Me familiarizo con todos, y me cuentan la operación que les harán a cada uno. Tengo la sensación de que ninguno ha llevado una vida tan sana como la de tía Ángela. Este detalle les consuela. De poco vale cuidarse como tía Ángela para acabar siendo operado. Mi hermano Ramón viene a las once. Para que se me haga la noche más llevadera trae una bolsa con petacas de bourbon y unos cuantos paquetes de tabaco. Lo coloca todo con cuidado en el zapatero vacío de tía Ángela. Esto es otra cosa. Comparto varias petacas y cigarrillos con los enfermos de los ventanales del office. Martes: ¡Qué resaca! Estoy peor que tía Ángela. Mis hermanos llegan para el relevo. Decidimos donar sangre para conseguir un pase permanente. Las enfermeras nos tratan muy bien. Tres donantes juntos y relativamente jóvenes. Nos sonríen. Casi toda la sangre que se dona en el hospital hay que desecharla. Nos dan un bocadillo de jamón que nos cae de perlas. También nos dan el pase de donantes. Por la tarde nos retiran la sonrisa con cara de desprecio. No les ha debido gustar la composición de nuestra sangre. Miércoles: Luis llama para decir que se encuentra en Albacete. ¿Cómo va todo? Muy bien. Tía Ángela gana peso y mejora. Nosotros hemos adelgazado un poco. Ramón y yo no tenemos más remedio que jugarnos a los chinos la siguiente noche. Me toca quedarme a mí. Llego al hospital con una bolsa llena de botellas de bourbon y más paquetes de tabaco, porque imagino que Ramón, la noche anterior, habrá invitado a los compañeros del office y no quedará ni gota de nada. Han desentubado a tía Ángela y se recupera estupendamente. Sigue ganando peso. Corro a los ventanales del office a contárselo a los pacientes amigos. Se animan. Es una noche hermosa de primavera. Se ven gran cantidad de estrellas. Se distinguen gran cantidad de murciélagos. Uno de los compañeros de pasillo nos cuenta que los murciélagos se alimentan de la sangre de desecho del hospital. Nadie le cree. Otros dos pacientes y yo subimos a la terraza a comprobarlo. Efectivamente, los ratones de noche revolotean alrededor de unos bidones de plástico y beben de ellos. Bajamos al pasillo a contar lo que hemos visto. Esa misma noche contemplamos cómo los bichos nocturnos tropiezan en vuelo, unos contra otros, y algunos caen hasta el patio. Se quedan dormidos ante nuestros ojos con las alas y las patas hacia arriba. Me callo, pero estoy seguro de que los bichos han probado de nuestra sangre: de la de mis hermanos y mía. Entre los del pasillo apostamos a ver cuál cae antes. Pierdo. No es lo mío. Jueves: Por la mañana Ramón me releva. Llega con más repuestos para el office. Cambiamos el turno en la cafetería: dos palomitas de anís. Luis llama para decirnos que está en Alicante, de camino a Barcelona. Le contamos que tía Ángela está mucho mejor. Ha roncado toda la noche y engorda. Mi hermano Ramón me dice que el hospital ya no huele a desinfectante sino a taberna de blues. Le explico lo de los murciélagos y le aviso de que uno de los enfermos es un tramposo. ¡Que tenga cuidado a la hora de apostar con él! Al mediodía Ramón y yo, mientras echamos unos pitillos en el office, observamos que los murciélagos permanecen adormilados en el suelo del patio, a pleno sol, incapaces de volar hasta su terraza. Ramón me confiesa que se ha colado por una enfermera que está como un tren. Ya sé quien es. Nos gusta a los dos. A ella también le gustamos, pero no sabe por cual decidirse. Los dos hermanos nos lo jugamos a los chinos. ¡Gano! Cuando vamos a comunicárselo, en la cafetería, ella se enfada al principio. Luego duda. Finalmente se anima por Ramón. Viernes: No sé por qué, deduzco que a Ramón no le ha resultado la noche tan dura. Falso. Como la tía casi está recuperada, ha dado vueltas para dormir y esta noche se ha caído de la cama. Un susto. Nadie ha pegado ojo. Gran revuelo de enfermeras de la planta, tropezando con los enfermos del pasillo del office. Ramón tiene unas ojeras que le llegan al suelo y yo camino arrastrando los pies, como nuestros amigos del hospital. Por la mañana, los médicos sienten piedad por nosotros cuando nos dicen lo bien que se encuentra la tía. Sábado: Esta noche me toca a mí. En las apuestas de la caída de los murciélagos he perdido todo lo que tenía ahorrado. El sillón plastificado me viene enorme. A las siete de la mañana, procuro echar una cabezadita pero entran a pesar a tía Ángela. Sigue engordando. Creo que no puedo sujetarle ni la bata de lo matado que estoy. Luego el termómetro. La cura de los puntos a las ocho. El desayuno. El médico. Las pastillas de la tensión. El calmante. La comida. Después la novela de la tele. Lo de la novela me desborda y me voy a la cafetería. Luego al office, a dar unos tragos. Observo que las visitas de fin de semana se ríen a carcajadas por los pasillos y algunos dan tumbos como los murciélagos de la terraza. Por la noche la tía Ángela se traga el programa de Tómbola de la tele. Ésta es la etapa más dura del hospital, comenta Ramón. Domingo: Llama Luis desde Cuba. Le tranquilizamos. Muy bien. A la tía le darán el alta mañana por la mañana. Ha engordado cinco kilos. Todos los del hospital nos felicitan por lo bien que ha salido lo de nuestra tía Ángela. Por la noche Ramón y yo le damos vueltas al asunto. Aquí hemos hecho amigos. El ventanal del office se va animando. Al marcharnos nos comeremos el coco por el resultado de la operación de los compañeros. Pensamos si quedarnos en el hospital a que nos operen de algo. Los dos estamos demacrados y casi en los huesos. Nuestros amigos se alegran de la idea y nos animan a ello: Ya veis lo bien que ha salido lo de vuestra tía, nos repiten. Lunes: Nos quedamos. Oiga, ¿tienen camas? |
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