Festín de amotinados (2000) |
La decisión |
Begoña París Garcés |
Se despertó sobresaltado. Al principio no supo ni por qué, pero pronto recordó su misión: Dentro de pocos minutos sería libre. Todos habían salido y, era curioso, desde el accidente no se sentía dueño de sus actos, y a pesar de ello le dio miedo tanta libertad.
Respiró profundamente como queriendo inhalar valor, y al exhalar dio un salto de la cama a la silla de ruedas, en donde, desde hacía año y medio, se encontraba postrado. Todo estaba calculado al detalle. Tenía tiempo suficiente para dirigirse al baño, tomar el frasco de somníferos de su madre, y acabar con todo. Atravesó silenciosamente el largo pasillo y, era extraño, aquella mañana se le hizo corto. Siempre le había parecido una solemne tontería desperdiciar tantos metros en aquel pasillo oscuro e inútil. Sin embargo, a medida que avanzaba era como si le faltasen los centímetros. ¿Había tomado la decisión adecuada?, se preguntó. ¡Pues claro que sí!, se reprochó a sí mismo. Me niego a seguir como una piltrafa el resto de mis días. Esto no es vida. Por fin consiguió las fuerzas suficientes para darse un último impulso, pero volvió a parase al sentir que algo se le olvidaba, aunque no lograba recordar el qué. Las pastillas estaban en su sitio, de eso estaba seguro. Lo llevaba comprobando cada día durante meses, pero..., ¿y si no fuese así? La verdad es que se llevaría un buen chasco. En cualquier caso lo mejor sería averiguarlo. Dicho y hecho. Entró sigilosamente al baño y, al darse cuenta que todavía estaba en pijama, su atuendo le pareció poco solemne para la ocasión. ¡Pero que tontería!, se increpó de nuevo. Estaba dispuesto a terminar con todo y se preocupaba por un absurdo pijama. Además, era consciente de que no se podía cambiar él solo. Cuando estuvo frente al armarito, que a su vez servía de espejo, lo abrió con cuidado y miró su contenido. ¿Cómo su madre podía comer tantas porquerías? Pastillas de múltiples colores; para la cabeza, para el estómago, para el cansancio o para el estrés. Hasta que sus ojos se toparon con el botecito que buscaba. Lo cogió entre las manos y mirándolo fijamente sintió de nuevo que algo le faltaba De pronto, al cerrar el armarito y ver reflejado en el su rostro, le empezaron a golpear los recuerdos: El primer día que entró en el colegio sonriendo mientras la mayoría de los niños lloraban; cuando empezó a coger el autobús solo a pesar de que todos los demás tenían que ir acompañados de sus madres o niñeras; la mañana que se dirigió lleno de orgullo a recibir su primera comunión con el viejo traje de los domingos rodeado flamantes jovencitos vestidos de almirante; o cuando se atrevió a pedir un beso a la chica más guapa de la clase y después de un público bofetón se lo pidió otra vez; y su gran pasión por los aviones y por entrar en el ejército del aire como su padre a pesar que éste había muerto en acto de servicio
Entonces algo ocurrió al ver reflejado su rostro en el espejo. El pequeño bote que tenía en las manos se deslizó entre los dedos. Él, tras verlo caer, se dio cuenta de lo que le faltaba, y entendió que jamas podría encontrarlo. TODA SU VIDA HABÍA SIDO UN VALIENTE, ni siquiera en aquellos últimos momentos de desesperación había un ápice de COBARDÍA. |
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