Festín de amotinados (2000)

Un día marrón

Rosa Parra

Hoy nos hemos despertado un poco más tarde de lo habitual. ¡Qué raro!, algo está pasando. ¿Por qué no nos habremos sumergido en la rutina matinal? Tengo un mal presentimiento. Ella está muy rara. Creo que se ha mosqueado conmigo.

Lleva ya unos cuantos meses mirándome con malos ojos. Examinaba mi aspecto y decía que estaba más gordo de lo habitual; también que había enrojecido bastante y que brillaba más de lo debido. Y digo yo: mejor que engorde, eso significa que estoy vivo. En cuanto a mi color sonrosado, es indicio de buena salud, por no hablar de mi tono tan lustroso.

Me da la impresión de que quiere deshacerse de mí. No sé qué tiene en contra mía, no lo entiendo: me ha dado la vida, he crecido y he madurado junto a ella, jamás me he despegado de su lado y hemos compartido grandes momentos. ¿Por qué que querrá apartarme de ella?

Hace unos días, tras un exhaustivo examen sobre mi aspecto, decidió ir a preguntar por mi apariencia a otra persona. Nunca olvidaré cómo me miraba ese tío. Ponía un gesto muy serio cada vez que me examinaba. ¡Qué manía!, si yo lo único que quiero es que me dejen tranquilo y pasar desapercibido. Súbitamente sentí un fogonazo que me dejó cegato. Y de repente... empezó a despotricar sobre mí, la misma cantinela: que si estaba gordo, rojo, etc. Y acabó diciendo no sólo que yo era maligno, sino algo peor: dañino para su vida y que había que eliminarme para que no le perjudicara aún más. ¡Decir eso de mí, que soy totalmente inofensivo, jamás me muevo de mi sitio, nunca le llevo la contraria, voy donde me lleva y siempre estoy pegado a ella!

Para rematar “la faena”, empezaron una absurda discusión sobre mi edad. El decía que yo tenía pocos años y ella le decía todo lo contrario. ¡Qué sabrá ese listillo, quién mejor que ella para saberlo, después de tanto tiempo juntos!

¿Qué he hecho yo para merecer esto? Estoy hecho un verdadero lío. ¡No entiendo nada! Pero... ¿dónde vamos ahora?, la ruta no es la habitual. Hemos descendido a las profundidades en lugar de ser engullidos por la M-30.

Estoy empezando a asfixiarme; siento un nudo en la garganta. Escucho un chirrido ensordecedor, ¡no puedo soportar tanto ruido! Al fondo del túnel se ven las luces de unos vagones; se van aproximando hasta que se paran en el andén. Se abren las puertas y la gente entra y sale a empujones. ¡No me espachurres! ¡Ay, me han dado un codazo! ¡Qué mal huele! Al gordo de la camisa roja le “cantan los alerones”; el niño pelirrojo por poco no me muerde, ¡qué pesado!, no hace más que gritar!

La enorme lata arranca. Sigue sus vías y llega a la próxima parada. ¡Qué respiro!, aquí se baja mucha gente y nos podemos sentar. Enfrente hay una estudiante; no para de mirar unas cuantas hojas, las repasa y repite lo que lee. A su lado hay un chaval leyendo el “Marca” y, como es habitual en estos casos, sus colegas futboleros lo tienen rodeado: uno por encima de su cogote, otro extendiendo su esplendorosa cabellera por los titulares, otro “escupiendo” en su oreja derecha...

Por fin llegamos al final de nuestro trayecto y emergemos a la superficie. ¡Cuánto coche!, ¡qué contaminación! La gente va “a toda pastilla” por todos los lados. Por poco no nos atropella un coche. Un ejecutivo cardíaco ha frenado en seco en medio de la acera, ha dado un gran portazo a su Mercedes plateado, ha comprado el periódico y se ha vuelto a largar escopetado.

Seguimos andando. A lo lejos un panel marca las once y veintitrés; vamos corriendo, sigue marcando las once y veintitrés; es eterno este minuto. Tras el reloj se ve un hospital, continuamos y...¡no puede ser, estamos entrando en el hospital! ¡Qué olor tan extraño!, es antinatural. Hay manadas de gente por todas partes; enfermos en sus camillas en mitad de los pasillos; gente vestida de verde, blanco y azul; preguntas angustiadas, llantos, dudas, alguna sonrisa difuminada...

Los segundos son elásticos, se ensanchan, rebotan y parecen infinitos. A ella se le va acelerando el pulso por momentos, pregunta algo, sube corriendo a la tercera planta y entrega unos papeles. Espera un rato y alguien le llama. Entramos en un despacho y una mujer vestida de blanco le pregunta por mí. ¡Otra vez, no puede ser! Me mira con atención, no dice mucho en principio, parece dudosa y llama a otro tío vestido de blanco. ¡Otro que me vuelve a examinar! Primero dice que, a pesar de que estoy gordo y enrojecido, no soy tan nocivo para ella pero, por si acaso... es mejor que me extirpen. ¡Dios mío, ayúdame, me van a rajar estos asesinos! ¿Por qué me haces esto?, ¿por qué?

Antes de llevarme al patíbulo le han pedido una autorización para hacerme un análisis después de muerto, ¡qué macabros!, creo que lo llaman biopsia. Y no sólo contentos con esto, además le han pedido permiso para hacerme unas fotos antes de morir.

Seguidamente hemos ido a otra sala donde había otras personas vestidas de blanco y verde. Y ¡cómo no!, les ha faltado tiempo para poner sus ojos en mí y criticarme. Una de ellas ha cogido una cámara y me ha hecho las malditas fotos: del derecho, del revés, de perfil, de frente...¡igualito que los condenados a muerte, sólo me ha faltado el traje a rayas!

Se acerca mi final; ya están preparando las armas del crimen.

Ya decía yo esta mañana cuando me he despertado que tenía un mal presentimiento, aunque en ningún momento se me había cruzado por la mente la idea de la muerte. Ella se tumba en una camilla, le cubren la cara con una tela azul, dejando al descubierto únicamente un pequeño círculo preparado para verme a mí en exclusiva. Ya no me ve, sólo estoy visible para las otras personas.

¿Por qué me ha llevado hasta este trágico final?, ¿por qué ha querido terminar con mi incondicional compañía?, ¿por qué no me ha dejado compartir su vida? ¡Ay, veo aproximarse una enorme aguja!, ¡me están buscando el corazón! ¡Yo quiero vivir! ¡No quiero separarme de ella!

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